El estudio de las Relaciones Internacionales (RI) es un intento de comprender la sociedad mundial como un conjunto. Toda discusión de los asuntos internacionales se basa en una serie de ideas sobre las cuestiones, las actividades y los hechos que trascienden las fronteras nacionales, desde las causas de la guerra a los derechos humanos; desde la caída del yen japonés a la construcción de la Unión Europea (UE); desde el sistema económico internacional al narcotráfico.
Las Relaciones Internacionales son tan antiguas como la historia. Tanto el Egipto faraónico como el Imperio romano, el bizantino, el árabe-musulmán o el Imperio otomano no estaban cerrados, sino que eran el centro de una compleja red de relaciones. Pero las RI tenían entonces un desarrollo limitado. Hubo que esperar a la consolidación del Estado nacional en Europa, en el siglo XVII, para asistir al origen del sistema moderno de las RI. Las raíces son, pues, occidentales. La Paz de Westfalia, de 1648, con la que se puso fin a la guerra de los Treinta Años, es el principio.
El mapa moderno de Europa surgió de la guerra de los Treinta Años (1618-1648), la primera gran guerra europea, que se libró en términos de protestantismo contra catolicismo, aunque, en realidad, se trató de una serie de conflictos que atrapó a la mayoría de los países de Europa occidental. El odio religioso estalló en 1618, en cierta medida a causa de la fragilidad de la paz firmada entre el emperador Carlos V y
los príncipes de Alemania. Carlos V había reunido en su corona al imperio de Europa central y a España, con sus territorios en Italia, Francia y los Países Bajos, además de la primera cabeza de puente en el continente americano. El emperador, para evitar una coalición de sus adversarios, dividió su herencia: por una parte, el imperio; y, por otra, España. Pero no logró sus objetivos.
La Paz de Westfalia, firmada en Münster el 24 de octubre de 1648, puso fin a la guerra de los Treinta Años. El resultado fue que España perdió su hegemonía, el Sacro Imperio Germánico prácticamente desapareció, Francia alcanzó una posición de dominio y se retrasó la unificación política de los estados alemanes. Pero, por encima de todo, la paz de Westfalia significó el inicio del sistema de relaciones internacionales aún vigente y basado en la soberanía del Estado, al que situó como primer actor de la escena internacional. Con la paz de Westfalia, el Sacro Imperio sucumbió ante el asalto combinado de diversas fuerzas, que fueron aprovechadas por los príncipes para transformarse en gobernantes absolutistas. Y las fuerzas liberadas se extendieron por todo el mundo, exportando la idea del Estado nacional como organización política.
El equilibrio de poder que afloró entre el final de la Guerra de los Treinta Años y la Revolución francesa, en 1789, representó un acuerdo relativamente estable pese a las continuas rivalidades y guerras limitadas. Europa era un continente dotado de cierto orden y articulación: la pequeña aristocracia terrateniente o rural creaba vínculos y alianzas a través de las fronteras nacionales a la par que extendían la influencia y los mercados europeos por todo el mundo, trasladando en consecuencia las rivalidades europeas a los continentes asiático y americano. El sistema propio del siglo XVIII fue un elemento regulador. Las alianzas, la paz y la guerra encajaban enteramente en un consenso sobre la mejor manera de orientar las relaciones internacionales.
Todos, cuando empezamos a estudiar las RI, estamos equipados con imágenes de la geografía, el clima, la cultura, la política y la economía del mundo. Pero esta impresión inicial difícilmente será tan coherente y rigurosa como requiere una ciencia social. El problema es tener una imagen del mundo -cambios sociales, económicos, políticos y culturales- en su globalidad. Y eso no resulta fácil. Actualmente existen en el mundo unos 6.000 millones de personas que viven en 191 Estados reconocidos por la ONU. Afortunadamente, una modesta generalización es posible, ya que todos compartimos un único ecosistema, tenemos similares necesidades y la economía es cada vez más interdependiente. Pero somos muy diferentes en cuanto a nacionalidades, etnias, lenguaje, cultura, sistemas sociales, ideología y, sobre todo, en niveles de riqueza y organización política.
Dicho de otra manera: los 6.000 millones que pueblan el planeta y los 191 Estados entre los que se reparten no forman una comunidad internacional, aunque a menudo, erróneamente, se utilice esta expresión. Lo que existe es una sociedad internacional. ¿Qué diferencia a una sociedad de una comunidad? La sociedad es el medio para alcanzar un fin, mientras que la comunidad es un fin en sí mismo. La sociedad se basa en el interés y el miedo, mientras que la comunidad requiere autosacrificio. Los miembros de una sociedad permanecen aislados a pesar de su asociación. Los miembros de una comunidad están aislados a pesar de su asociación.
Ninguno de estos dos grupos, sin embargo, existe de forma pura en la escena internacional. Las comunidades como la familia, la nación o la iglesia pueden estar teñidas de elementos de las sociedades. Para utilizar un simil de Schopenhauer, que lo aplicaba a la sociedad internacional como tal, una sociedad puede compararse a una asamblea de puercoespines. Los puercoespines viven en un clima en el que se ven empujados a amontonarse para calentarse, pero siguen sujetos a un instinto de repulsión que procede de su característica estructura anatómica.
En el curso de la evolución histórica ha habido un buen número de sociedades internacionales. En el siglo VI AC, por ejemplo, en Asia menor y el noreste de África hubo una sociedad dominada por el imperio babilónico y meda. Y las ciudades-estado griegas extendieron su sociedad internacional mediante la fundación de colonias en el
Mediterráneo. El estudio de las relaciones internacionales de entonces nos indica que la política del poder representa un tipo de relaciones en el que predominan algunas reglas de conducta: armamentos, guerra, aislacionismo, diplomacia del poder, imperialismo regional o universal, alianzas, y equilibrio del poder. Puede decirse, pues, que mientras la sociedad internacional no se transforme en una comunidad los grupos siempre tenderán a hacer lo que puedan, no lo que deban. Esta es la esencia de la política del poder, que es la moneda de las grandes potencias. Lo que el dinero es a la economía, es el poder a las relaciones internacionales.
Las teorías o paradigmas
Las páginas de un diario, los boletines informativos de la radio o los telediarios nos hablan cada día de acontecimientos y decisiones aparentemente lejanos, que no parecen afectar a nuestras vidas. Las noticias que leemos en un diario son en buena parte resultado de decisiones tomadas por jefes de Estado o de Gobierno, no por ciudadanos de a pie. Pero todos, en mayor o menor medida, participamos en las relaciones internacionales, sea porque viajamos al extranjero, porque compramos productos extranjeros o porque pertenecemos a una organización no gubernamental. Es decir, los actores de las RI ya no son sólo los 191 países representados en la ONU, sino que son múltiples, colectivos o individuales, gubernamentales o no, y operan a todos los niveles: local, regional, nacional, continental e internacional.
La tarea principal del estudioso de las RI no es juzgar, sino comprender. ¿Y cómo podemos adquirir el conocimiento necesario para comprender el porqué de las guerras, la construcción de la Unión Europea o el narcotráfico? El campo de las RI es la sociedad internacional y sus objetivos son el conocimiento de su evolución y su estructura, los individuos y grupos protagonistas, los tipos de conducta, las fuerzas que operan y la configuración de los posibles escenarios futuros. Dicho de manera más directa: las teorías de las RI pretenden explicarnos cómo funciona el mundo.
Los primeros autores empezaron desde posiciones tomadas a priori. Dedujeron sus conclusiones de un estado de naturaleza que dibujaban en términos de “homo homini lupus” o de hermandad entre los hombres. En nuestro tiempo la ecuación se repite en las batallas que libran los llamados realistas (pesimistas sobre la condición humana) e idealistas (optimistas). Ahora que comenzamos a estudiar las relaciones internacionales, que cada uno se conteste a sí mismo a la siguiente pregunta: ¿Quién mueve el mundo: la fuerza o las ideas? Una u otra respuesta encajará, básicamente, en una u otra teoría.
Los estudiosos de las RI necesitan comprender los acontecimientos y las tendencias. Es necesario, pues, un enfoque empírico de los asuntos internacionales. Un ejemplo: La ONU tal vez repicó demasiado alto y no ha sido capaz de mantenerse a la altura de las normas que se dio. Tal vez este fracaso pruebe que la humanidad no crecerá jamás hasta desembocar en unas relaciones comunitarias. No obstante, intentar lo aparentemente imposible entra en la mejor tradición de la civilización occidental. Dicho de otra manera: el hecho de que el poder nunca haya sido internacionalizado no prueba que “no pueda” ser internacionalizado. Por lo tanto, una exposición realista de “lo que es” es perfectamente compatible con el punto de vista acerca de lo que “puede o debería ser” (posición idealista).
Una teoría consiste en la formación de ideas o conceptos que puedan describir aspectos del mundo, los clasifique y, además, considere las formas en las que interactúan. Es por esto que resulta erróneo pensar en la “teoría” como algo opuesto a la “realidad”. Sería superficial intentar discutir sobre las RI sólo a base de “hechos”. Los “hechos”, como ocurre diariamente en la prensa, son seleccionados de un amplio menú, y la cuestión es saber porqué los “hechos” escogidos son importantes, y los descartados, no. La respuesta es simple: porque los “hechos” escogidos encajan en un concepto, que a su vez encaja en una teoría que se corresponde con una visión del mundo.
Teoría quiere decir análisis y síntesis. Analizar es separar. Sintetizar es volver a poner las piezas juntas. Así, una teoría general de las RI consistirá en dividir el mundo, o la actividad humana, en secciones para examinar las características de cada una de las partes y sus relaciones entre ellas. Esta operación provocará muchos problemas, algunos de carácter metodológico -cómo definir las cosas, cómo medirlas o cómo compararlas- y otros teóricos, como, por ejemplo, establecer en cuántas secciones se puede dividir la sociedad mundial. Pero también hay otras cuestiones teóricas que incluso van más allá, ya que todas las teorías de la sociedad tienen raíces ideológicas. Las teorías expresan también las ideas políticas del teórico, al tiempo que ayudan a moldear el mundo.
Es por todo esto que algunos investigadores consideran a las RI como la disciplina total, ya que su campo es todo el globo y su estudio contempla todas las dimensiones de la experiencia humana. Otros, por el contrario, consideran que el dominio empírico de las RI es tan vasto que resulta imposible abarcarlo con una sola disciplina. En cualquier caso, tanto si consideramos las RI como un campo separado como si no, la dinámica de su estudio resultará interdisciplinario, aunque el predominio de investigadores políticos haya provocado que, de hecho, las RI se confundan con la historia, ya que los conceptos claves de la disciplina -Estado, nación, soberanía, poder, equilibrio del poder- han sido desarrollados en circunstancias históricas determinadas. Y los que hacen la política internacional (“policymakers”) buscan en el pasado para encontrar pautas y precedentes que permitan guiarlos en el mundo contemporáneo. ¿Cómo podemos adquirir, entonces, el conocimiento necesario para comprender las RI? La sociedad internacional presente es producto de una evolución histórica que se ha prolongado durante muchos siglos. Pero la ciencia de las RI no es sólo historia. Tomemos, por ejemplo, el caso de las barreras al comercio. Los historiadores nos explicarán las razones por las que este o aquel Estado han adoptado dichas medidas protectoras. Y los abogados analizarán sus implicaciones legales. Pero el estudioso de las RI estará interesado ante todo en las consecuencias que tendrán las barreras al comercio en las relaciones entre Estados.
El estudio de las RI es la rama de la sociología que se ocupa de la sociedad internacional. La historia, el derecho, la economía, la geografía, la psicología y la antropología son métodos útiles para las RI. El propósito de la sociología es proporcionar una síntesis. Y este fin puede alcanzarse mediante la clasificación de tipos y formas de relaciones sociales. Y la elección de los métodos, que podrán combinarse, variará con el material y el propósito de la investigación.
Las respuestas a las cuestiones que plantean las RI se han buscado tradicionalmente en la historia y en la filosofía. La historia, por ejemplo, nos dice cuál es el origen de la Unión Europea o del conflicto árabes- israelí. Por esto la historia ha sido fundamental para el estudio de las RI, que no abrazó otras disciplinas hasta principios del siglo XX. Hasta entonces, las RI eran entendidas simplemente como historia de la diplomacia. Pero las lecciones de la historia -a veces mal entendidas- pueden ser insuficientes. Es por eso que el estudio tradicional también incorporó la filosofía que se ocupa del Estado y de sus dirigentes. Platón, por ejemplo, al denominar “reyes filósofos” a su ideal de dirigentes, introdujo dos ideas que han sido y siguen siendo básicas en la disciplina de las RI: el análisis de clase social y la dialéctica, conceptos que han sido fundamentales para los marxistas. Y Hegel, al contemplar una federación de estados -un orden federal mundial- como el medio más adecuado para alcanzar la paz, es la piedra angular de la escuela del pensamiento idealista o utópico.
En resumen, los tradicionalistas centran la atención en la naturaleza del hombre y las características del Estado y de la sociedad internacional. Y sus principales herramientas son la historia y la filosofía. Del estudio tradicional de las RI se derivan tres paradigmas o teorías: el realismo, el idealismo y el marxismo, también conocido por estructuralismo y globalismo. Después de la guerra fría, sin embargo, los enfoques o teorías dominantes son el realismo y el idealismo, éste con tres principales variantes: el liberalismo, el constructivismo y el pluralismo (conductismo).
El paradigma realista
Como la más antigua y más generalmente aceptada, la teoría realista ofrece los trabajos más elaborados. Sus raíces cabe encontrarlas en teóricos como Tucídides, Maquiavelo, Hobbes, Clausewitz y todos aquellos que históricamente han subrayado la necesaria seguridad del Estado y, consecuentemente contemplan el poder como el motor de las Relaciones Internacionales.
Tucídides (460 aC?- 395 aC) es autor de “Historia de la Guerra del Peloponeso”, que constituye una de las principales fuentes de la teoría del derecho del más fuerte. A diferencia de Heródoto, cuya concepción de la historia es eminentemente religiosa, Tucídides explica los hechos desde un punto de vista humano. Para él, la fuerza motriz de la historia es la inteligencia, cuyas decisiones están determinadas por cuestiones políticas, económicas y militares, manteniéndose al margen de las normas religiosas. Junto a ella esta la fortuna, considerada no como potencia divina, sino como lo imprevisible que surge en el acontecer histórico. Tucídides considera elemento constante del proceso histórico a la naturaleza humana. Se caracteriza por su aspiración a la libertad. Estos deseos, elevados a un nivel general, se manifiestan en el odio del pueblo sometido hacia su opresor; en la ambición de poder; en la imposición de la ley del más fuerte sobre el débil, para el que de nada sirven las apelaciones a la justicia, ya que por encima de todo se imponen razones de conveniencia y utilidad.
Nicolás Maquiavelo (1469-1527) escribió “El Príncipe”, el célebre aviso para gobernantes. En las disertaciones de “El Príncipe” subyace la concepción del poder, considerado como uno de los ámbitos de realización del espíritu humano, y del fenómeno político, visto como la expresión suprema de la existencia histórica que involucra todos los aspectos de la vida. El Renacimiento había dado inicio a la secularización del mundo y las cuestiones religiosas quedaban restringidas al ámbito de la conciencia individual. La ciencia renacentista había despojado al hombre de su armadura teológica y le había devuelto la voluntad de organizar su existencia sin temores o esperanzas de compensación espiritual; en una vida ultraterrena. El Estado también empezaba a concebirse como un poder secular no ofrecido a los individuos por derecho divino sino por intereses económicos, de clases o ambiciones personales. Fue esa gran mentalidad la que permeó la obra de Maquiavelo y de la que derivó su concepción del poder y de la política. Las opiniones posteriores sobre su obra, en lo concerniente a su política de maximizar los medios frente a los fines en el ejercicio del poder, ignoran que el escritor florentino fue un ardiente partidario de la libertad. Pero, para Maquiavelo, el bien supremo no es ya la virtud, la felicidad, la perfección de la propia naturaleza, el placer o cualquiera de las metas que los moralistas propusieron al hombre, sino la fuerza y el poder del Estado y de su personificación, el príncipe o el gobernante.
Thomas Hobbes (1588-1679) escribió “El Leviatán”, en el que afirma que el Estado es un “artificio” que surge para remediar un hipotético estado de naturaleza en el que los hombres, guiados por el instinto de supervivencia, el egoísmo y por la ley del más fuerte (la ley de la selva), se hallarían inmersos en una guerra de todos contra todos que haría imposible el establecimiento de sociedades (y una cultura) organizadas en las que reinara la paz y la armonía. Sin un Estado o autoridad fuerte, sobrevendría el caos y la destrucción, convirtiéndose el hombre en un lobo para los otros hombres, según la célebre frase de Hobbes: “homo hominis, lupus”.
Karl von Clausewitz (1780-1831) tiene su obra maestra en “De la guerra”, publicada en 1832, donde definió la guerra como “una mera continuación de la política con la intervención de otros medios”. Y añadió: “¿Acaso no es la guerra sólo otra forma de escritura y lenguaje para el pensamiento político?”.
La base del realismo es la idea de que las relaciones internacionales son una lucha por el poder entre Estados que defienden sus propios intereses. Si bien muchos de los teóricos del realismo son pesimistas al hablar de la naturaleza humana, ésta no es una teoría de la desesperación, ni tampoco tiene por qué ser amoral. De hecho, sus defensores subrayan que un pragmatismo que parezca despiadado puede crear un mundo más pacífico, aunque siga siendo imperfecto. Los tres grandes ingredientes de la teoría realista son: la soberanía, el poder y la diplomacia.
Los realistas son pesimistas en las RI porque están convencidos de que es difícil escapar a la competitividad por la seguridad y a la guerra. Su posición se basa en tres puntos:
- Los Estados son los principales actores de las RI.
- Están convencidos de que la conducta de las grandes potencias, que son los primeros actores, obedece al medio ambiente exterior, no al interno.
- Consideran que los cálculos sobre el poder dominan el pensamiento de los Estados. A diferencia de los liberales, no creen que haya Estados buenos y malos, ya que todos actuarían siguiendo la misma lógica.
Hay diferentes teorías realistas que ponen el acento sobre distintos aspectos del poder, pero hay dos que sobresalen sobre las demás:
1. El realismo sobre la naturaleza humana, también denominado realismo clásico, que dominó el estudio de las RI desde la década de 1940 hasta la de 1970. Se basa fundamentalmente en los análisis de Hans Morgenthau en “Politics among Nations”. Para Morgenthau, como los Estados están conducidos por hombres, que tienen voluntad de poder, también tienen un insaciable apetito de poder. Este realismo afirma que la anarquía internacional provoca la preocupación de los Estados, cuya desconfianza en las organizaciones internacionales hace que entonces busquen el equilibrio del poder.
2. El realismo defensivo, que también se denomina realismo estructural o neorrealismo, entró en escena en la década de 1970 de la mano de “Theory of International Politics”, de Kenneth Waltz. A diferencia de de Morgenthau, Waltz no asume que las grandes potencias sean agresivas por su deseo de poder, sino por su ánimo de sobrevivir. La anarquía internacional, según Waltz, fuerza a los Estados a competir porque significa supervivencia. John J. Mearsheimer, autor de (“The Tragedy of Great Power Politics”), ha propuesto otra teoría: el realismo ofensivo. Comparte con el realismo defensivo que los Estados consideren que el poder es la clave de la supervivencia, pero se separa cuando se trata de establecer cuánto poder quieren los Estados. Para los realistas defensivos, la estructura internacional no proporciona incentivos a un Estado para aumentar su poder, ya que uniría a los otros Estados en su contra, sino a mantener la balanza del poder. Para el realismo ofensivo, la estructura internacional provoca precisamente lo contrario, ya que el objetivo último de un Estado es ser hegemónico. La conducta de la Administración Bush después del 11 de septiembre parece encajar en el paradigma de Mearsheimer. Para Waltz, la clave es la seguridad, no el poder. Mearsheimer, sin embargo, concluye que el mandato de la seguridad invita a una conducta agresiva, lo que a su vez provoca que los otros Estados se alíen para buscar un equilibrio del poder.
Los realistas predicen que los Estados más débiles se alían para protegerse de los más fuertes y, de esta manera, forman equilibrios de poder. Un ejemplo: cuando Alemania se unificó en 1871, con lo que se convirtió en la primera potencia militar e industrial de Europa, Rusia y Francia (y, más tarde, Gran Bretaña) se aliaron para contrarrestar su poder. En el siglo XXI, la situación es muy diferente, ya que ni todo el resto del mundo puede equilibrar el poderío militar de Estados Unidos, pero el predominio estadounidense provocó que Francia, Alemania, Rusia y China no secundaran en la ONU los planes bélicos de la Administración Bush para Iraq.
En el siglo XX las ideas realistas fueron rescatadas para encajarlas en las circunstancias contemporáneas con las aportaciones, entre otros, de George F. Kennan, Raymond Aron. E.H. Carr, Walter Lippmann, Hans Morgenthau y Henry Kissinger. En los años cincuenta del siglo XX, un grupo de académicos desarrolló un cuerpo de teoría realista aplicable al control de los conflictos internacionales en la era nuclear. En este grupo cabe destacar a Bernard Brodie, Thomas Schelling y Henry Kissinger (“Diplomacia”). A estos académicos se debe, entre otras cosas, la teoría de la “disuasión”, que durante la guerra fría dominó a los que tomaban decisiones no sólo en Washington sino en Moscú. También cabe atribuirles la teoría de la guerra limitada, que fue la base de la OTAN y de su enemigo, el Pacto de Varsovia.
A partir de los años setenta, otros académicos reafirmaron lo que denominan teoría “neorealista”, una reinterpretación del realismo que subraya que la estructura del sistema internacional es el nivel más importante de estudio y que considera que pueden encontrarse leyes generales que expliquen los acontecimientos. Realistas y neorrealistas contemplan la historia como la prueba de que el Estado es la entidad más capacitada para proteger las fronteras nacionales, para mantener la coherencia de las sociedades y para mejorar los intereses colectivos de sus ciudadanos. Pero a diferencia de los neorrealistas, los realistas presuponen que los intereses de los diferentes Estados son antitéticos, por lo que cada entidad estatal deberá buscar continuamente la consolidación de su poder para así defender sus intereses nacionales. Sin embargo, y pese a la ausencia de una autoridad única y global, el permanente conflicto de intereses entre los Estados no es considerado por los realistas como una prueba de que la guerra es inevitable.
Los realistas consideran que el conflicto de intereses entre Estados debe conducir sobre todo a una posición de equilibrio, en la que sus relaciones deberían mantener una balanza de poder con la que evitar el enfrentamiento militar. Aunque la perspectiva de los neorealistas también enfatiza la importancia y permanencia de los Estados, difiere de la realista por su menor preocupación por las fuerzas diplomáticas, militares y estratégicas que mantienen o alteran la balanza del poder y muestra un mayor interés por la dinámica política y económica que puede permitir a los Estados superar sus diferencias y acomodarse pacíficamente en la escena internacional para salvaguardar sus intereses nacionales. La mayoría de los neorrealistas prefieren por eso centrar su atención en la política económica internacional, capaz, según este punto de vista, de consolidar un sistema interestatal. La antítesis de los neorrealistas es la posición marxista o estructuralista, que centra sus esfuerzos en la denominada teoría de la dependencia, según la cual los países subdesarrollados han sido históricamente explotados por las naciones industrializadas.
En las democracias liberales, el realismo es la teoría que todos, o casi, dicen odiar. No es difícil de entender el porqué. El realismo, por muchos méritos que tenga para explicar cómo funciona el mundo, no es fácil de vender. Es difícil escuchar a un líder diciendo a su pueblo que hay que ir a la guerra para inclinar la balanza del poder de su lado. La mayoría prefiere pensar en la guerra como una confrontación entre el bien y el mal. Los estadounidenses, por ejemplo, nunca han sido entusiastas del realismo, que es un invento de Europa, de la que huyeron, y contrario al optimismo y moralismo de su sociedad. Seymour Martin Lipset ha escrito: “Los americanos son moralistas utópicos que pretenden institucionalizar la virtud, destruir al diablo y eliminar las instituciones y prácticas malignas (“American Exceptionalism”, p.63).
Un ejemplo: una interpretación realista de la guerra fría no distingue los motivos que animaron a Estados Unidos de los que movieron a la Unión Soviética: las dis superpotencias, desde el punto de vista realista, buscaron desnivelar el equilibrio del poder y aumentar el suyo. Pero, para muchos estadounidenses, esta interpretación es inexacta, ya que las intenciones de Washington eran buenas, y las de Moscú, malas.
Los académicos estadounidenses son especialmente buenos para vender el liberalismo en el mercado de las ideas, pero las elites suelen hablar con el lenguaje del poder, no de los principios, y actúan en las RI según los dictados de lógica realista. La política exterior de Estados Unidos ha estado guiada tradicionalmente por la lógica realista, aunque los pronunciamientos de sus dirigentes puedan hacer pensar otra cosa. En 1939, E.H. carr, autor de una de las principales obras del realismo moderno (“The Twenty Years’ Crisis, 1919-1939”, p.79), escribió que “los Estados europeos continentales contemplaban a los pueblos anglófonos como maestros en el arte de esconder sus intereses nacionales egoístas bajo el disfraz del bien general”, y añadió que “este tipo de hipocresía es una peculiaridad característica y especial de la mente anglosajona”.
Inspiradores del realismo moderno: Hans Morgenthau, Kenneth Waltz.
Pensadores contemporáneos: John Mearsheimer, Robert Pape, Stephen Walt.
Practicantes: Metternich, Bismarck, Kennan, Kissinger, Brent Scowcroft.
Postulados básicos: Los Estados, cuya soberanía sería intocable, se mueven por el poder y los intereses nacionales.
Actores clave de las RI: Los Estados.
Principales instrumentos: Poder militar y diplomacia.
Puntos débiles del realismo: No explica la interpretación de que la legitimidad puede ser una fuente de poder.
Cómo explica el realismo el mundo de después del 11-S: La incapacidad de la ONU.
Puntos débiles del realismo después del 11-S: El protagonismo de actores no estatales como Al Qaeda.
El paradigma liberal
En el periodo de entreguerras del siglo XX el idealismo fue la perspectiva dominante. Estimulados por el presidente norteamericano Woodrow Wilson (demócrata), partidario de la creación de eficaces organismos internacionales, los estudiosos de las RI centraron sus esfuerzos en el desarrollo de la ley internacional y de los principios morales en un intento de superar las cuestiones de poder y los intereses nacionales, que consideraban amorales. Pero cuando Hitler utilizó el poder alemán, ignorando los preceptos de la leyes internacionales y de la moralidad, volvió a sonar la hora para la visión realista como base para la investigación de las RI. Munich, donde el Reino Unido y Francia accedieron a las demandas alemanas de 1938 con la esperanza de garantizar una paz duradera, se transformó en el símbolo del fracaso del idealismo. La Segunda Guerra Mundial podría haberse evitado, argumentan los realistas, si el Reino Unido y Francia no hubieran permitido que sus ideales distorsionaran sus cálculos sobre la importancia de los intereses nacionales y hubieran advertido seriamente a Hitler.
Anticipado por E. H. Carr (“The 20 Years’ Crisis: 1919-1939”) y posteriormente reelaborado por Hans J. Morgenthau (“Politics Among Nations”), el realismo se convirtió en la visión predominante de las RI en los años cuarenta y cincuenta. Y también se convirtió en Occidente en la primera fuente intelectual para hacer frente a las amenazas de la guerra fría. Incluso, más recientemente, los ecos de Hitler y Munich resonaron poderosamente en la primera crisis de la posguerra fría, cuando el realismo logró amalgamar una acción colectiva contra la invasión iraquí de Kuwait en 1990.
La tradición liberal tienen sus raíces en la Ilustración, período del siglo XVIII en el que políticos e intelectuales europeos propusieron que la razón podría ser empleada para hacer del mundo un lugar mejor, más seguro y más pacífico. Por eso las teorías liberales son denominadas también “utópicas” o “idealistas”. Para el idealismo, la democracia, el intercambio comercial y las organizaciones internacionales son los tres pilares de la paz.
El liberalismo basa su visión de las RI en tres consideraciones:
1. Los Estados son los principales actores.
2. Las características internas de cada Estado pueden cambiar, y eso modifica su conducta en la escena internacional.
3. Considera que los cálculos sobre el poder preocupan menos en los Estados que otros cálculos políticos y económicos.
Un ejemplo: la política exterior de Bill Clinton estuvo inspirada, según John J. Mearsheimer, por las siguientes visiones liberales de las RI:
1. El convencimiento de que los Estados prósperos y económicamente interdependientes no luchan unos contra otros.
2. El convencimiento de que las democracias no luchan entre sí.
3. La confianza en que los organismos internacionales ayudan a los Estados a evitar la guerra y a construir relaciones de cooperación.
Los idealistas comparten la visión central del Estado con los realistas. Sus diferencias no están en la naturaleza de los problemas a abordar, sino en el tipo de respuesta necesaria. Veamos un ejemplo. Si los realistas dicen que, desde un punto de vista conservador, los estados poderosos deben tomar directamente la responsabilidad del orden internacional y que la reforma no sólo es impracticable sino peligrosa, los idealistas consideran, desde un punto de vista liberal, que el poder debe ser controlado. Los idealistas abogan por reformas progresistas y multilaterales, como el desarme, la seguridad colectiva (lo contrario que el equilibrio del poder), el predominio de la ley, las sanciones contra los agresores e, incluso, un gobierno mundial.
En el mundo real, el idealismo tradicional de Woodrow Wilson ha sido responsable de grandes cambios en las RI, especialmente en la primera mitad del siglo XX. El pasado siglo puede ser considerado como “el siglo de la guerra total”, pero también como el siglo, gracias al idealismo, del derecho internacional y de la organización global. Las necesidades prácticas, unidas al deseo idealista de crear un mundo mejor, contribuyeron a impulsar avances sin precedentes en los campos jurídicos y organizativos, como demuestra la creación de la ONU.
La influencia del idealismo decayó a partir de los años cuarenta, bajo la presión conjunta de la guerra fría y el predominio conservador-realista. Entre los grandes académicos del liberalismo destaca el historiador Arnold Toynbee (1839-1975), autor de una obra monumental denominada “Estudio de la historia”. Y en el último cuarto de siglo cabe subrayar los esfuerzos de grupos tan significados como los que protagonizaron los dos Informes Brandt, que llevan el nombre del ex canciller socialdemócrata alemán; el Informe Palme, en honor del ex primer ministro socialdemócrata sueco, y el trabajo de World Order Models Project.
A principios del siglo XXI, el idealismo tiene una presencia poderosa en Estados Unidos, especialmente entre los neoconservadores que han arropado ideológicamente a la Administración Bush, que ha resucitado parte al menos de la tradición wilsoniana. La Administración Bush ha hecho suyo uno de los pilares del idealismo, la necesidad de promover la democracia, pero, al mismo tiempo, ha dado la espalda a los organismos internacionales, al contrario de lo que proponen los partidarios del paradigma liberal. Los críticos liberales de Bush han denunciado la instrumentalización que ha hecho del liberalismo, del que, con su conducta, reconoce su fuerza emocional y retórica.
Otro paradigma de las RI que procede de la tradición liberal es el pluralista, que se enmarca dentro de la visión denomimnada conductista y que se basa en el filósofo inglés John Locke (1632-1704), autor de “Segundo Tratado sobre el Gobierno civil”. El estudio de las Relaciones Internacionales han sufrido en los últimos decenios, como mantiene James N. Rosenau, defensor entre los conductistas del paradigma “pluralista”, una significativa transformación porque los modelos de las activididades entre las fronteras de los Estados han conocido importantes cambios. En primer lugar, porque el cambio tecnológico ha contribuido poderosamente a modificar la actividad internacional, haciéndola más compleja e interdependiente o, en definitiva, de carácter global. Segundo, porque esta actividad ha dejado de ser patrimonio exclusivo de los Estados nacionales: un amplio abanico de actores no estatales –algunos de carácter supranacional, otros infraestatales– han empezado a tener un protagonismo que ha tenido consecuencias significativas tanto en el curso de los acontecimientos como en la misma estructura de los asuntos internacionales. Tercero, porque la proliferación de actores y la creciente complejidad de sus interacciones ha tenido como resultado un cierto declive de la utilización de la fuerza militar entre los Estados y, al mismo tiempo, un incremento de la dimensión económica de la interactividad global. Y cuarto, porque la globalización de las RI ha subrayado la importancia de la autoridad de otros actores que, como las organizaciones no gubernamentales, también intervienen ya en los asuntos internacionales.
Todos estos cambios, para Rosenau, han tenido como efecto la erosión de las fronteras que separan los Estados, las que diferencian las cuestiones internacionales de las internas, y las que distinguen los asuntos económicos de los políticos. Según esta línea de razonamiento, estos cambios estarían modificando profundamente el sistema interestatal que ha prevalecido en los últimos cuatrocientos años, desde Westfalia.
El pensamiento pluralista, también conocido por teoría de la sociedad mundial, contempla al mundo con múltiples centros antes que como un mundo que gira en torno al Estado o a las relaciones entre los Estados. El pluralismo se basa, de esta manera, en la constatación de que la teoría realista no explica toda una serie de anomalías existentes en las RI, como, por ejemplo, la creciente globalización. Para Rosenau, uno de los principales portavoces del pluralismo, toda política exterior puede ser explicada por factores internos; esto es, los pluralistas subrayan la que sería la última y gran contradicción del paradigma realista, que considera que todos los estados, sean cuales sean los factores internos, se comportan igual en el exterior para defender sus intereses nacionales respectivos. Para los pluralistas, la existencia de actores no estatales en las RI es un factor determinante. Por ejemplo, el surgimiento de las empresas multinacionales y la interdependencia.
Inspiradores del idealismo moderno: Adam Smith, Emmanuel Kant.
Pensadores contemporáneos: Michael Doyle, Robert Keohane, G. John Ikenberry.
Practicantes: Woodrow Wilson, Kofi Annan, Bill Clinton.
Postulados básicos: La extensión de la democracia, el comercio y los organismos internacionales son los pilares de la paz.
Actores clave de las RI: Estados, organismos internacionales, multinascionales y otras organizaciones no gubernamentales.
Principales instrumentos: Organismos internacionales (multilateralismo) y cooperación económica.
Puntos débiles del idealismo: Infravalora el poder militar en las relaciones internacionales.
Cómo explica el idealismo el mundo de después del 11-S: En la necesidad de exportar la democracia.
Puntos débiles del idealismo neoconservador: Su negativa a colaborar con otras democracias a través de los organismos internacionales y su decisión de actuar unilateralmente.
El paradigma constructivista
El paradigma constructivista, que es una versión del idealismo, sostiene que la realidad social se construye a través de los debates sobre los valores, y utiliza los mismos temas que los activistas de los derechos humanos y la justicia internacional. El constructivismo da prioridad al papel de las ideologías, las identidades, el poder blando (la persuasión, no la coerción, que es la dinámica del poder duro) y las redes supranacionales (Human Rights Watch o la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Antipersonas).
Los constructivistas creen que los debates sobre las ideas son los pilares fundamentales de la vida internacional. Les resulta absurda la idea del “interés nacional” inmutable e identificacable que defienden los realistas. Por eso los enfoques constructivista y liberal a menudo se solapan, aunque son distintos. El idealismo constructivista dice que su teoría es más profunda porque explica los orígenes del poder y los intereses que mueven a las teorías rivales. Y considera que su deber fundamental es avergonzar a quienes violan los derechos humanos y convencer a los actores más poderosos para que promuevan los valores debidos y exijan responsabilidades a los infractores de acuerdo con las normas internacionales.
Inspiradores del idealismo constructivismo: Alexander Wendt, John Ruggie.
Pensadores contemporáneos: Kathryn Sikkink, Michael Barnett, Martha Finneemore.
Practicantes: Gandhi, Movimiento Antiglobalización.
Postulados básicos: La política exterior está determinada por las ideologías y las identidades sociales.
Actores clave de las RI: Organizaciones No Gubernamentales.
Principales instrumentos: Ideas y valores.
Puntos débiles del idealismo: No explica cuáles son las condiciones sociales en las que arraigan los cambios de valores.
Cómo explica el el mundo de después del 11-S: Por el creciente papel de las redes políticas transnacionales, ya sea activistas humanitarios o terroristas.
Puntos débiles del constructivismo: La continuidad de la violación de los derechos humanos a pesar de la intensa actividad de las ONG.
El paradigma marxista
La teoría estructuralista o globalista no procede del campo académico. Incluye entre sus postulados la preocupación del cristianismo original y del humanismo sobre la justicia, la filosofía kantiana de la moralidad, la dialéctica de Hegel y, por encima de todo, el materialismo histórico de Marx, Engels y Lenin. Podría así denominarse “marxismo”, pero, generalmente, se ha preferido denominarla “estructuralista” para distinguirla del realismo y del pluralismo. Una vez que las RI se convirtieron en materia universitaria, la mayoría del profesorado anglosajón contempló la teoría estructuralista como políticamente subversiva. La importancia de este paradigma es, sin embargo, indudable. Pero no por su práctica, sino por su calidad intelectual.
Para los realistas, la sociedad mundial es un sistema de Estados como bolas de billar que están en colisión de forma intermitente. Para los pluralistas, es una teleraña, una red tejida de múltiples relaciones, como también dicen los contructivistas. Y para los estructuralistas, la sociedad mundial es como un pulpo con varias cabezas y con poderosos tentáculos que traspasan riqueza desde las débiles periferias hasta los centros poderosos.
En cuanto a la dinámica, los realistas ven la fuerza como el primer factor que mueve el mundo; para los pluralistas son los movimientos sociales; àra los constructivistas, las ideas y los valores, y para los estructuralistas, la economía. Y en lo relativo a los objetivos, los realistas consideran que la misión de las RI sigue siendo simplemente explicar qué hacen los Estados; los pluralistas creen que el esfuerzo debe hacerse para dar con el sentido de los principales acontecimientos mundiales; los constructivistas, para encontrar los orígenes del poder y los intereses que mueven a las teorías rivales, y los estructuralistas consideran que lo que hay que hacer es explicar la razón de que el mundo ofrezca contrastes tan dramáticos entre ricos y pobres.
Estos cuatro paradigmas también difieren a la hora de trazar los límites de sus campos de acción. Los realistas prefieren girar en torno al Estado. Los pluralistas amplían el círculo para incluir las multinacionales, los mercados, las etnias, el nacionalismo y, por supuesto, el Estado. Los constructivistas subrayan el papel de las ONG. Y los estructuralistas son los que se han dado las fronteras más amplias, subrayando la unidad del sistema a todos los niveles, centrándose en los modos de producción y calificando las políticas interestatales como un simple fenómeno de la superficie. Precisamente por esto, encontraremos en cada uno de estos paradigmas conceptos que no se dan en los otros. Por ejemplo, “disuasión” y “alianzas” son conceptos propios de los realistas. “Etnicidad” e “interdependencia” pertenecen a los pluralistas. “Ideas” y “valores” son loa preferidos de los constructivistas. Y “Explotación” y “dependencia” son propios de los estructuralistas. Otros conceptos, sin embargo, serán utilizados por todos los paradigmas, como sucede con “poder”, “soberanía” y “ley”. Pero otros, como “imperialismo”, “Estado” y “hegemonía”, son usados indistintamente por unos y otros, pero con significados bien distintos.
Conclusión
Los paradigmas expuestos en estas líneas son los que dominan el debate sobre las relaciones internacionales. No son los únicos, por cuanto las teorías abundan como hongos, pero sí los más influyentes. Todas estas teorías pretenden explicar cómo funciona el mundo, pero ninguna lo consigue de manera plena y absoluta. Los paradigmas se utilizan desde el convencimiento de que no existen respuestas sencillas para todo y que las RI se han convertido en algo tan complejo que resulta inadecuado hacer una aproximación desde una única teoría.
Todo esto hace que, hoy día, el debate, más que versar sobre el improbable predominio de una teoría, debe ser interparadigmático. El análisis de las RI se basará, pues, en la conjunción de los elementos de las diferentes teorías capaces de entender el mundo a distintos niveles. Por eso, una de las principales aportaciones del estudio de las relaciones internacionales no será tanto la de predecir el futuro, sino proporcionar el marco conceptual y el vocabulario que permitan interpelar al poder.
Apéndices
La evolución del Estado
1648 Guerra de los Treinta Años/Paz de Westfalia Estado principesco,
Estado real
La paz de Westfalia significó el inicio del sistema de relaciones internacionales aún vigente y basado en la soberanía del Estado, al que situó como primer actor de la escena internacional.
La paz de Westfalia puso fin a la guerra de los Treinta Años, la primera gran guerra europea (1618-1648), que se libró en términos de protestantismo contra catolicismo, aunque, en realidad, se trató de una serie de conflictos que atrapó a la mayoría de los países de Europa occidental. El odio religioso estalló en 1618, en cierta medida a causa de la fragilidad de la paz firmada entre el emperador Carlos V y los príncipes de Alemania. Carlos V había reunido en su corona al imperio de Europa central y a España, con sus territorios en Italia, Francia y los Países Bajos, además de la primera cabeza de puente en el continente americano. El emperador, para evitar una coalición de sus adversarios, dividió su herencia: por una parte, el imperio; y, por otra, España. Pero no logró sus objetivos. La guerra de los Treinta Años se libró para determinar el destino que debería tener el imperio. La paz de Westfalia, firmada en Münster el 24 de octubre de 1648, puso fin a la guerra. El resultado fue que España perdió su hegemonía, el Sacro Imperio Germánico prácticamente desapareció, Francia alcanzó una posición de dominio y se retrasó la unificación política de los estados alemanes. Con la paz de Westfalia, el Sacro Imperio sucumbió ante el asalto combinado de diversas fuerzas, que fueron aprovechadas por los príncipes para transformarse en gobernantes absolutistas. El Estado se definía, pues, por el linaje. El equilibrio de poder que afloró entre el final de la guerra de los Treinta Años y la Revolución francesa, en 1789, representó un acuerdo relativamente estable pese a continuas rivalidades y guerras limitadas.
1713 Guerra de sucesión/ Tratado de Utrecht Estado territorial
Este tratado puso fin a la guerra de sucesión española. Felipe V fue reconocido rey de España y se puso fin al expansionismo de Luis XIV de Francia. Los Países Bajos, Milan y Nápoles fueron cedidos a Austria. Gran Bretaña ocupó Gibraltar. El Estado se definía por las fronteras.
1815 Guerras napoleónicas/Congreso de Viena Estado nación
La Francia de Napoleón y Estados Unidos son dos casos paradigmáticos del Estado nación, cuyo objetivo es forjar la identidad nacional. El Congreso de Viena certificó este tipo de Estado y sentó las bases de la Europa de la Restauración, con objeto de defender al absolutismo.
En 1806 se proclamó la defunción del Sacro Imperio, y sus más de 350 estados quedaron reducidos a 39, y uno de ellos, Prusia, que era reino desde 1700, se sintió llamado entonces a realizar la unificación alemana. Cuando Napoleón fue derrotado por las fuerzas conservadoras, Europa era un simple diagrama de imperios y unos cuantos estados nacionales, con el imperio ruso por el este y el imperio otomano rodeando su bajo vientre. En el congreso de Viena (1814-1815), presidido por el canciller de Austria, Metternich, los soberanos que vencieron a Napoleón redibujaron el mapa europeo. Rusia avanzó hacia el oeste, lo que empujó a Prusia y Austria a entenderse. Polonia, un país que la historia ha deshinchado e hinchado según el antojo de sus vecinos, quedó reducida al Gran Ducado de Varsovia. Rusia conservó Finlandia y Besarabia, amén de una parte de Polonia mayor de la que tenía después del tercer reparto de 1795. Prusia recibió Posen, Danzig y partes de Sajonia, Westfalia y Pomerania. Suiza se proclamó independiente. Y Noruega quedó unida a Suecia. Pero, con todo, lo más significativo del congreso de Viena es que estableció el Concierto Europeo (Gran Bretaña, Austria, Prusia, Rusia y, a partir de 1818, Francia), que aplicó el principio del equilibrio de poder y evitó otra gran guerra europea hasta 1914. El Congreso de Viena,celebrado entre septiembre de 1814 y junio de 1815, fue una asamblea de representantes de las potencias europeas que pretendían organizar la convivencia tras las guerras napoleónicas. Participaron soberanos, como los de Austria, Dinamarca, Prusia y Rusia, y diplomáticos muy relevantes, como Metternich, Talleyrand, Castlereagh, Wellington, Hardenberg y el cardenal Consalvi.
La primera consecuencia de la consolidación de los estados nacionales fue la búsqueda de un equilibrio del poder para evitar los conflictos en el siglo XVIII. Pero la Revolución francesa y las guerras napoléonicas acabaron con este singular consenso. Europa había regresado a una época previa caracterizada por la conquista. Los amigos de Napoleón no tardaron en confabularse contra la Revolución francesa en tres grandes coaliciones que darían paso a la Cuádruple Alianza de Austria, Gran Bretaña, Prusia y Rusia. Estas potencias, a las que se unieron otras inferiores, alumbraron un nuevo orden mundial en Viena en 1815, en principio similar al del siglo XVIII pero sin el recurso periódico a conflictos limitados. El Congreso de Viena fue el punto de partida de una serie de conferencias que se celebrarían en el siglo XIX.
Las conclusiones fundamentales del congreso fueron las siguientes:
– Unificación de Bélgica, Holanda y Luxemburgo en un sólo reino, y creación de la Confederación Germánica. También se crearon dos reinos, el de Lombardía-Venecia (dependiente del emperador austriaco), y el de Polonia (que dependía del Rusia).
– Rusia, Prusia, Austria y Gran Bretaña obtuvieron grandes ventajas territoriales
– Afianzamiento del principio de la intervención militar para restaurar el absolutismo en los países en que no existiese. Fue consagrado después de la firma de la Santa Alianza en el mismo año (véase más abajo el apartado sobre la Santa Alianza).
– Principio de libre navegación por río Rin.
El mismo año de 1815 en que se celebró el Congreso de Viena se firmó La Santa Alianza. Fue un pacto suscrito por el zar de Rusia, el emperador de Austria y el rey de Prusia, marcado por una simbólica reunión de las potencias ortodoxas, católicas y protestantes. Rápidamente se adhirieron la gran mayoría de los príncipes europeos, aunque posteriormente fue perdiendo credibilidad. El objetivo primario del pacto era adaptar las políticas internas y externas a los principios del cristianismo, aunque se manifestaba el deseo de que fuera en realidad una fuerza de intervención a nivel europeo que impidise cualquier intento de romper el orden que se había establecido con la caída del impero napoleónico. Intervino para aplastar los intentos revolucionarios de Nápoles y Piamonte en 1821, y de España en 1823. Durante unos 50 años consiguió evitar los enfrentamientos entre los grandes estados de Europa.
El período que transcurre entre el Congreso de Viena y la unificación de Alemania es conocido como el Concierto Europeo, etapa en que las monarquías absolutas sellaron un pacto para garantizar su continuidad y no combatirse entre ellas. Francia se incorporó al pacto conservador en 1818, por lo que se constituyó la Quíntuple Alianza, aunque Inglaterra optó por mantenerse un tanto al margen de la política continental. En esta etapa, Austria intervino militarmente en las dos Sicilias y en Piamonte, y Francia repuso a Fernando VII en el trono de España. En 1825 Inglaterra reconoció la independencia de las colonias españolas de América. Y en 1831 Bélgica se declaró independiente con el apoyo de Inglaterra.
En el año 1830 estalló una revolución liberal en Francia, con el derecho de igualdad como principal bandera. Y el nacionalismo de los pueblos sometidos por las monarquías absolutas no tardó en convertirse en una fuerza política. Entre 1870 y 1871 se produjeron dos acontecimientos decisivos: las unificaciones de Italia y Alemania italiana, resultado ésta última de la victoria de Prusia sobre Francia. Éste fue el final del Concierto Europeo. La Guerra de Crimea (Inglaterra, Francia y Austria contra Rusia), y la guerra de Prusia contra Francia son los antecedentes de la Primera Guerra Mundial. El Concierto Europeo fue en realidad un condominio anglo-ruso destinado a mantener el equilibrio de poder en el continente, que dió paso a un sistema más flexible y dúctil de alianzas y marañas de acuerdos y entendimientos múltiples tejidos bajo la guía de Otto von Bismarck, mandatario de una recién unificada Alemania, producto (como la unificación italiana) del eclipse del orden mundial instaurado en 1815. El sistema de alianzas de Bismarck, como su predecesor un siglo antes, se extendió más allá de los límites de Europa, sólo que a África y el Próximo Oriente más que a América.
1919 Primera Guerra Mundial/Tratado de Versalles Nación estado ( 1)
(Democrático, Comunista, Fascista)
Un nuevo orden internacional fue formalmente ratificado en Versalles, tras la Primera Guerra Mundial. La Nación-Estado se diferencia del Estado-Nación en que su objetivo es mejorar el bienestar de sus habitantes. A instancias del presidente estadounidense Woodrow Wilson se creó la Liga de Naciones con el propósito de construir un sistema de seguridad colectivo.
Entre las causas más importantes de la Primera Guerra Mundial están las siguientes: Gran Bretaña estaba perdiendo su supremacía industrial y comercial, aunque mantenía un imperio con sus posesiones en la India, Canadá, Birmania, Ceilán, Australia y parte del continente africano, China, Persia y Afganistán. Alemania se mostraba como la nación más poderosa, y si surgía alguna disputa internacional amenazaba con el conflicto armado, aunque se encontraba en inferioridad de condiciones con respecto a sus adversarios, debido a la cantidad de artículos de consumo que debía importar, a falta de materias primas para la industria, especialmente petróleo, caucho y metales no ferrosos, y a la población menos numerosa que la de los países rivales europeos. En 1908, las provincias de Bosnia y Herzegovina que pertenecieron a Turquía, pasaron a la protección del imperio austro-húngaro, aliado de Alemania. Rusia consideró este hecho como un reto, y el conflicto se transformó en una guerra europea.
Las potencias europeas se habían dividido en dos bloques militares: la Triple alianza y la Entente. La Triple Alianza estaba integrada por Alemania, Austria-Hungría e Italia; después se les unió el imperio otomano. Gran Bretaña, Francia y Rusia formaban la Entente. La causa que originó la guerra fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero del trono de Austria-Hungría y su esposa en la ciudad de Sarajevo, capital de la provincia de Bosnia el 28 de junio de 1914. El doble asesinato fue imputado a Serbia, país eslavo aliado de Rusia. Austria le declaró la guerra el 28 de julio de 1914. Alemania hizo lo mismo con Rusia el 1 de agosto y tres días después invadió Bélgica.
La principal consecuencia de la derrota de Austria-Hungría, Alemania e imperio otomano fue el Tratado de Versalles, firmado en París en 1919, los países vencedores impusieron las siguientes condiciones:
– Entrega a Francia de las provincias alemanas de Alsacia y Lorena y de un pequeño territorio de Bélgica.
– Al territorio de Schleswig se le dio la libertad de elegir su ciudadanía alemana o danesa.
– Alemania debía ceder su territorio polaco.
– Dantzig pasó a ser ciudad libre e independiente.
– Alemania perdió sus posesiones coloniales.
– Fundación del nuevo Estado de Checoslovaquia con Bohemia y Moravia y del reino de Yugoslavia con Serbia, Croacia, Eslovenia. Bosnia-Herzegovina y Montenegro.
– El tratado de Turquía, firmado en 1920, cedió a Grecia la mayor parte de Tracia y las islas del mar Egeo.
– El imperio otomano perdió la soberanía de Egipto, Chipre y Kurdistán, pero se le permitió continuar en Constantinopla. También perdió las provincias de Armenia, Mesopotamia, Siria, Palestina y el Hedjaz.
– Japón recibió los derechos sobre los territorios que antes tenía Alemania sobre la parte de China y las islas del Pacífico.
– Se creó la Liga de las Naciones, posteriormente Sociedad de Naciones.
Las relaciones internacionales basadas en las alianzas secretas fue sustituido después de la I Guerra Mundial por un nuevo concepto asociado sobre todo a la figura de Woodrow Wilson, aunque se remontaba, a través del liberalismo de Gladstone, hasta Kant: las alianzas –en especial las alianzas secretas- ya no eran estables por su propio ser y naturaleza. Es más, eran francamente obsoletas en un mundo que se quería “a salvo para acceder a la democracia”. Para sustituir el sistema de alianzas y pactos secretos, Wilson propuso llegar a acuerdos abiertos establecidos de forma diáfana, e impulsó la creación de organizaciones internacionales y la aplicación del derecho internacional en las relaciones en el seno de la comunidad internacional. La configuración concreta de las alianzas adoptó desde entonces una importancia parangonable con su contenido e intención. Es decir, habían de ser instancias claras y diáfanas ante el mundo, abiertas a quien quisiera sumarse. Y, aspecto esencial, las alianzas se transformaron en instituciones en lugar de quedar en meros documentos firmados.
El organismo internacional que se creó fue la Sociedad de Naciones, compuesta inicialmente por cuarenta y cinco países y creado por la Conferencia de París el 24 de abril de 1919. Su gran objetivo era hacer posible una seguridad colectiva que garantizase la integridad de todos los estados, fuertes y débiles, el arbitraje de los conflictos internacionales y el desarme. Fue el elemento clave de la propuesta del presidente Woodrow Wilson.
La negativa del Senado norteamericano, con mayoría aislacionista, al ingreso de EE.UU. y la exclusión de Alemania y la URSS, que no ingresaron hasta 1926 y 1934, respectivamente, limitaron desde un principio su potencialidad.
La sociedad tuvo a su cargo la administración de los mandatos coloniales, de la ciudad de Danzig y de la región del Sarre, e intervino felizmente en algunas disputas territoriales. Su apogeo llegó en el período 1924-1929, cundo se firmaron el Tratado de Locarno y el Pacto Briand-Kellogg.
El Tratado de Locarno es un conjunto de acuerdos por los que Alemania, Francia, Bélgica, Gran Bretaña e Italia garantizaban el mantenimiento de la paz en Europa Occidental. El acuerdo se negoció en Locarno en octubre y fue finalmente firmado en Londres el 1 de diciembre de 1925. Los acuerdos firmados fueron los siguientes:
– Un tratado de garantía mutua con respecto a las fronteras franco-alemana y germano-belga (firmado por Alemania, Francia y Bélgica, actuando Gran Bretaña e Italia como garantes)
– Tratados de arbitraje entre Alemania y Polonia, por una parte, y Alemania y Checoslovaquia, por otra.
– Tratados de arbitraje entre Alemania y Bélgica, y Alemania y Francia.
– Tratado de asistencia mutua franco-polaco y franco-checo en caso de ataque alemán.
El tratado de garantía mutua, el principal de los firmados, establecía que las fronteras occidentales de Alemania, con Francia y Bélgica, eran inviolables; que Francia, Bélgica y Alemania nunca se atacarían mutuamente excepto en caso de “legítima defensa” o como consecuencia de una obligación de la Sociedad de Naciones; que resolverían sus disputas por medios pacíficos; y que, en el caso de que alguno de los firmantes rompiera estos acuerdos, los demás firmantes acudirían en ayuda del atacado según lo que acordara la Sociedad de Naciones. Los tratados entre Francia, Checoslovaquia y Polonia suponían la ayuda mutua en caso de un ataque no provocado.
El gran problema de los Tratados de Locarno fue que Stresemann, el canciller alemán, y ningún gobierno alemán posterior se avino a reconocer las fronteras orientales de Alemania. No hubo un “Locarno del este”, donde, a la larga, se hallara el origen de la segunda guerra mundial. Como resultado indirecto de estos tratados, Alemania ingresó en la Sociedad de Naciones el 8 de septiembre de 1926 y los aliados evacuaron Renania en 1930, cinco años antes del calendario previsto en el Tratado de Versalles. Estos Tratados fueron definitivamente rotos por Hitler con la remilitarización de Renania en 1936.
El 27 de agosto de 1928, Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Alemania, Italia y Japón firmaron en París el llamado Pacto Briand-Kellogg, esto es, la propuesta del ministro francés de Exteriores, Aristide Briand, de quien partió la iniciativa, y del Secretario de Estado estadounidense, Frank B. Kellogg, por la que los países firmantes renunciaban a la guerra como medio de resolver los conflictos.
Los años treinta marcaron el fracaso definitivo de la Sociedad de Naciones. Las agresiones de las potencias fascistas y militaristas mostraron su ineficacia. Alemania y Japón abandonaron la Sociedad en 1933, e Italia en 1936. La URSS fue expulsada en 1939. El inicio de la Segunda Guerra Mundial vino a certificar la muerte de la primera organización universal de naciones.
1990 Paz de París Estado mercado (1)
La Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa celebrada en París puso fin formalmente a la guerra fría. Para Philip Bobbitt, esta fecha marca la sustitución de la Nación estado por el Estado mercado, en el que el objetivo no es garantizar el bienestar del ciudadano, sino dar la oportunidad al ciudadano de que sea él quien mejore su bienestar.
El apoyo estadounidense a Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial dio un paso decisivo la Ley de Préstamo y Arriendo, aprobada en marzo de 1941. En ese marco de creciente compromiso y ante unas tensiones crecientes con Japón, el presidente Franklin D. Roosevelt, y el primer ministro británico, Winston Churchill, se reunieron durante cinco días en diversos barcos de guerra en la bahía de Argentia, en Terranova (Canadá), en agosto de 1941. Roosevelt y Churchill aprobaron el 14 de agosto de 1941 una declaración conjunta que vino a denominarse la Carta del Atlántico. Se trataba de una declaración de propósitos en la guerra contra la Alemania nazi.
La declaración se concretaba en ocho puntos: (1) ninguna de las dos naciones buscaba ninguna anexión territorial, (2) deseaban que no hubiera ningún cambio territorial, excepto si se hacía con el asentimiento de los pueblos afectados, (3) respetaban el derecho de todos los pueblos a elegir su propia forma de gobierno y propugnaban que los derechos de soberanía fueran devueltos a los pueblos a los que se les había arrebatado, (4) trataban de promover un acceso igual de todos los estados al comercio y las materias primas, (5) confían en promover una colaboración mundial para mejorar las condiciones laborales, el desarrollo económico y las condiciones sociales, (6) tras la derrota de la “tiranía nazi”, buscarían que se aprobara una paz bajo la que las naciones pudieran vivir con seguridad dentro de sus fronteras, (7) esa paz garantizaría la libertad de navegación en los mares, y (8) en la espera de la consecución de una seguridad colectiva basada en la renuncia a la fuerza, los agresores potenciales tendrían que ser desarmados.
La Carta del Atlántico recuerda el idealismo de los Catorce Puntos de Woodrow Wilson, inspirador de la Sociedad de Naciones. Fue incorporada a la Declaración de las Naciones Unidas aprobada el 1 de enero de 1942.
El ataque japonés contra Pearl Harbor y la consiguiente entrada en guerra de Estados Unidos llevó a Roosevelt a aceptar la propuesta de Churchill de una nueva reunión. Este encuentro se celebró en Washington y el embajador soviético Litvinov participó en algunas sesiones. Tuvo estos resultados:
– El 1 de enero de 1942 veintiséis países firmaron la Declaración de las Naciones Unidas. Este documento además de reafirmar los principios de la Carta del Atlántico, significó un compromiso de los firmantes a utilizar todos los recursos militares y económicos contra el Eje.
– Se acordó el principio defendido por Churchill de considerar a Alemania como el principal enemigo al que dirigir la acción de guerra al ser la mayor potencia industrial y militar del Eje.
En Dumbarton Oaks, una mansión de Georgetown, en Washington D.C., representantes de China, la URSS, EE.UU. y el Reino Unido se reunieron para fundar la Organización de las Naciones Unidas. Esta conferencia fue el primer paso para cumplir uno de los apartados de la Declaración de la Conferencia de Moscú en 1943, donde se reconocía la necesidad de crear una organización tras la guerra que sustituyera a la Sociedad de Naciones. Las propuestas aprobadas en Dumbarton Oaks no constituyeron un borrador definitivo para el proyecto de la ONU. No se alcanzó un acuerdo en aspectos tan importantes como el sistema de voto en el Consejo de Seguridad o si las repúblicas que constituían la URSS serían miembros de pleno derecho de la la organización. Estos temas se solucionaron en la Conferencia de Yalta (1945). Fue el primer paso hacia la Conferencia de San Francisco, en la que nació la ONU en 1945.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, las alianzas institucionales fueron la norma habitual en la escena internacional. Y tras las conferencias de Dumbarton Oaks y Yalta, se convocó el 25 de abril de 1945 una conferencia en San Francisco para sustituir a la Sociedad de Naciones. Delegaciones de cincuenta países, representadas por sus ministros de asuntos exteriores y en algún caso por sus jefes de gobierno, se reunieron en un ambiente de esperanza, pese al reciente fallecimiento de Roosevelt, el inspirador de la ONU. La conferencia fue abierta por Edward Stettinius, secretario de Estado y jefe de la delegación norteamericana, y debatió durante dos meses el borrador aprobado en Dumbarton Oaks. La Carta de las Naciones Unidas fue aprobada por unanimidad el 25 de junio y firmada al día siguiente.
En los cuatro decenios que duró la guerra fría (1947-1989) el problema de la dominación del espacio central europeo se resolvió de una manera diferente: la división de Alemania por las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, que también partieron el continente en dos bloques antagónicos. Ahora, una vez acabada la guerra fría, los países miembros del pacto de Varsovia ya han ingresado en la OTAN (Polonia, República Checa y Hungría lo hicieron en 1999) o han sido invitados a hacerlo. Rusia, después del 11 de septiembre, ha conseguido tener una relación especial con la organización que fue su enemiga. Y Alemania es una potencia democrática y nadie piensa en espacios vitales, aunque en el mapa europeo ha vuelto a dibujarse otro gigante alemán. Los Balcanes, sin embargo, siguen sin integrarse: no por casualidad Eslovenia es la única de las repúblicas de la antigua Yugoslavia en ingresar en la OTAN y en la Unión Europea. El resto de la antigua Yugoslavia sigue siendo un agujero negro.
(1) Según la terminología utilizada por Philip Bobbitt en “The Shield of Achilles: War, Peace and the Course of History” (Penguin, 2002).
Xavier Batalla