El corresponsal en el extranjero sigue siendo necesario. Las corresponsalías traducen la visión que el diario tiene del mundo y no son una simple cuestión de prestigio: son un instrumento que permite diferenciar al diario de sus competidores, establecer sus prioridades informativas y tener sus propias fuentes de información. Las circunstancias del corresponsal en el extranjero a principios del siglo XXI, con las televisiones transnacionales, internet y los diarios digitales, han cambiado radicalmente. Hace treinta años, un corresponsal podía adelantarse a la redacción sobre un acontecimiento que se acababa de producir en el país donde estaba acreditado. Hoy día, la redacción, con los nuevos medios de comunicación de que dispone, pone en alerta al corresponsal, convertido en una agencia unipersonal.
Los cambios registrados en la prensa sugieren la necesidad de un debate sobre la manera en la que un corresponsal debe trabajar para un diario. If you need a nut gatherer, we are happy to present nut picker uppers buying guide 2018. Pero estos cambios no ponen en entredicho la oportunidad de la figura del corresponsal. Los sistemas de información han evolucionado -o han conocido una revolución- para facilitar el trabajo del corresponsal. Los corresponsales, con su ordenador personal, pueden perderse hoy en un montaña remota y seguir teniendo acceso a todas las agencias informativas de las que disponga la redacción. Es más, las enormes posibilidades de internet hacen posible que un periodista pueda acceder a las fuentes más lejanas y, con información contrastada, escribir una crónica sobre unos hechos que se han registrado a miles de kilómetros. El corresponsal en el extranjero se beneficia de estos avances tecnológicos, pero lo primero que sugieren todos estos cambios es la necesidad de un debate interno sobre cómo debe trabajar el corresponsal y, por extensión, la redacción.
Actualmente, el corresponsal se ve obligado a trabajar como una agencia informativa unipersonal. Recibe encargos de diferentes secciones del diario para, en muchos casos, cubrir informaciones que ya obran en poder de la redacción. A menudo, el corresponsal no tiene más remedio que acceder electrónicamente a una agencia de información para escribir su crónica, que será fechada, eso sí, en la ciudad donde está acreditado. Hay muchos casos en los que esto es necesario, pero en otros no menos numerosos no tiene ningún sentido. Habría que establecer una nueva división del trabajo. Un ejemplo: si el presidente de una nación determinada interviene por televisión, por lo general transnacional, no parece irracional que el mensaje fuera cubierto desde la redacción, lo que permitiría al corresponsal hacer una pieza de análisis que contextualice la intervención presidencial. La lista de los ejemplos sería interminable.
La prensa anglosajona ha sido pionera en este nuevo tipo de trabajo del corresponsal. Al International Herald Tribune, sin ir más lejos, no se le caen los anillos para cubrir con agencias informativas los acontecimientos que diariamente se producen en un determinado lugar del mundo, mientras su corresponsal se dedica a explicar los orígenes y las causas que explican estos sucesos. El análisis, el reportaje y la entrevista no son géneros periodísticos menores comparados con la crónica.
La ambición de un diario de tener una buena información internacional, sea política, económica o cultural, también puede ser satisfecha con una serie de acuerdos con periódicos extranjeros. Los costes de una corresponsalía se han disparado y las alegrías presupuestarias se han acabado, incluso para los más grandes. En este sentido, el compartir los servicios con diarios extranjeros puede ser un remedio. Y esto sería así, básicamente, por dos razones: primero porque amplia el horizonte con un menor coste y, segundo, porque este tipo de alianzas también facilita el acceso a informaciones (caso de las entrevistas con un presidente) que un diario por sí solo no podría tener. El remedio, sin embargo, puede ser peor que la enfermedad si estos acuerdos son considerados una fórmula mágica para sustituir a los corresponsales propios.
El corresponsal de un diario como La Vanguardia no sólo debe ser un periodista que explique lo que sucede en el extranjero. Debe ser un periodista familiarizado con la situación política, económica y cultural española que interpreta -o debería interpretar- lo que sucede en el país donde está acreditado de forma comprensible para los lectores de su periódico. Hay una manera muy fácil de comprender el trabajo de un buen corresponsal en el extranjero. Supongamos que estalla una crisis política en Francia o en Italia. Entonces hay dos maneras de saber qué ha pasado a través de la prensa escrita. Una es leyendo diarios franceses o italianos, que dedicarán un espacio generoso a la crisis y, naturalmente, escribirán pensando en sus lectores, por lo general familiarizados con los nombres, etiquetas políticas y algunas claves de su escena nacional. Y otra manera de dar con la explicación será leer la crónica de un corresponsal extranjero en Francia o en Italia, que desmenuzará la crisis, descifrará las claves y la hará comprensible en sólo unas cuantas líneas a unos lectores evidentemente menos familiarizados con las situaciones francesa o italiana. La segunda opción es, naturalmente, la óptima para un lector extranjero. Pero hay que añadir a esto un detalle que no es un accesorio.
Cada corresponsal en el extranjero escribe pensando en las claves del país donde se edita su diario. Por eso los corresponsales de otros periódicos extranjeros con los que se puede llegar a un acuerdo no escriben pensando en las claves españolas, sino en las de su país de origen. Dicho de otra manera: no es lo mismo explicar un conflicto en Oriente Medio por un periodista estadounidense que escribe para un diario de Boston que por un corresponsal propio. Naturalmente, hay casos donde las características del acontecimiento hace que la procedencia del periodista no sea decisiva, pero no siempre es así. Todos los países son distintos, pero se parecen, y no sólo por la globalización. La sensibilidad de un corresponsal ante los cambios que se producen en una sociedad determinada será mucho mayor si los acontecimientos guardan un paralelismo con lo que sucede en el país del diario para el que escribe. Por eso, entre otras cosas, el corresponsal en el extranjero sigue siendo necesario.
Los corresponsales en el extranjero no sólo ponen su diario en el mapa, sino que traducen la visión que el propio diario tiene del mundo. Los grandes diarios de calidad internacionales siguen aún la pauta de la división informativa que se hizo del mundo a mediados del siglo XIX, cuando las entonces emergentes agencias informativas se repartieron el mapa según las áreas de influencia de sus respectivos países, que mayoritariamente eran entonces potencias coloniales. Así, en 1859, las agencias decidieron delimitar sus áreas de influencia: para la francesa Havas quedaría reservada la Europa meridional, América Latina y los territorios franceses de ultramar; para la alemana Wolff, el norte y el este de Europa; para la inglesa Reuter, el imperio británico y Extremo oriente, y para la estadounidense Associated Press (AP), Norteamérica. Siglo y medio después, el interés que sigue teniendo la prensa británica en India es superior a la de otra prensa. Para un diario de Londres es básico tener un corresponsal en Nueva Delhi; para un periódico de Barcelona, no.
Esta pauta del reparto regional sigue siendo válida, pero no ya del todo, ya que el mundo ha cambiado. Las agencias, como los diarios, reparten sus oficinas globalmente, en función de los intereses nacionales pero también de la importancia de las nuevas potencias emergentes. El escenario de la guerra fría ha desaparecido. China, donde la presencia española ha sido históricamente prácticamente nula, continúa igual de lejos de Barcelona. Pero China es ahora un potencia llamada a ser tanto un poder decisivo en el siglo XXI como un inmenso mercado. Por eso, si para la prensa de Londres resulta interesante tener un corresponsal en Pekín, también lo es para un diario de Barcelona. Un diario de calidad, cuando trate de diseñar su plantilla de corresponsales en el extranjero, deberá tener en cuenta estas dos cuestiones básicas: el área de influencia de los intereses nacionales y las nuevas características de un mundo cambiante.
The Economist, publicación de prestigio global editada en Londres, tiene actualmente las siguientes oficinas o corresponsales distribuidas por el mundo. En Europa: Bruselas, Berlín, Frankfurt, París y Moscú. En América: Washington, Nueva York, Los Angeles, San Francisco, México y Sao Paulo. En Asia: Bangkok, Pekín, Nueva Delhi, Hong Kong y Tokio. En Oriente Medio: Jerusalén y El Cairo. Y en África: Johannesburgo. Las comparaciones con esta publicación británica no son odiosas, sino que pueden resultar de ayuda. La Vanguardia no tiene el carácter global de The Economist, pero tampoco puede tomar decisiones al margen de la nueva escena económica y política que se está dibujando para el siglo XXI. La Vanguardia deberá tener en cuenta las áreas de influencia donde los intereses españoles, por proximidad geográfica, inestabilidad política o comercio, merecerán una mayor atención en el futuro.
Las capitales europeas seguirán siendo vitales para España, pero también Estados Unidos, la superpotencia; América Latina, especialmente el cono sur, donde Brasil emerge; el Magreb, con Marruecos como vecino en un mar donde la cooperación compite con la inestabilidad del sur; Oriente Medio, donde Egipto será la potencia militar y demográfica árabe, y Asia, con China, India y Japón como grandes. El siglo XIX fue británico; el siglo XX, estadounidense, y el siglo XXI podrá ser asiático.
XAVIER BATALLA Barcelona, agosto de 2005