Diversas teorías han sido utilizadas para explicar por qué gobernantes y gobernados piensan y actúan como lo hacen y cómo sus pensamientos y acciones conforman el comportamiento social. Antes de la era cristiana, Aristóteles ya le dio unas cuantas vueltas al asunto. Y el resultado fue una serie de consejos sobre cómo un público heterogéneo puede ser motivado para apoyar determinadas causas.
Thomas Hobbes contempló la vida como algo sucio, brutal y corta, si no se tenía la protección de líderes fuertes. Pero posteriores filósofos políticos, como John Locke, Montesquieu y Rosseau, creyeron que los ciudadanos de a pie eran capaces de gobernarse a sí mismos y tenían el derecho de protegerse de líderes que pretenden ser infalibles. Desde entonces, al menos en los gobiernos constitucionales de Occidente, la naturaleza del sistema se basa en el equilibrio de poderes, incluido, a veces, el cuarto poder, nombre que se solía dar a la prensa escrita para expresar que podía tener tanta influencia como los poderes ejecutivo, legislativo y judicial.
El famoso diálogo que el periodista estadounidense Henry M. Stanley, del “New York Herald”, y el misionero británico David Livingstone protagonizaron al encontrarse en Ujiji (Tanganika) sigue siendo el resumen de la pregunta esencial que cada lector se hace todas las mañanas al abrir un periódico. Todavía no repuesto de su sorpresa ante la presencia en tan lejanas tierras de un hombre blanco que le llamaba por su nombre -“El doctor Livingstone, supongo”, dijo Stanley-, el misionero desaparecido en África preguntó a su inesperado visitante: “¿Qué pasa en el mundo?”.
Uno ignora cuál fue la respuesta de Stanley, pero desde entonces la prensa escrita ha probado casi todas las maneras posibles de satisfacer una curiosidad como la del misionero. Informar no es un arte, ni un apostolado, ni, menos aún, una ciencia exacta. Es, simplemente, un oficio. Pero hay que tenerlo. Y, como en todos los oficios, hay diversas maneras de entenderlo. ¿Debe la prensa preocuparse sólo de lo local o, por el contrario, debe ocuparse de lo mundial y actuar localmente? Todas las respuestas posibles forman parte de la evolución histórica de la prensa.
La mayoría de los tratadistas coincide en señalar que el primer ejemplar de lo más parecido a un periódico fue el “Niewe Tijdingen”, de Amberes (1605). De este tronco central, que estaba compuesto por unos cuadernillos que apenas contenían grabados rudimentarios, surgieron diversas ramas que aún tardarían más de tres siglos, hasta bien entrado el siglo XX, en adquirir sus características actuales.
Hasta mediados del siglo XIX no aparecieron las publicaciones periódicas que constituyeron el embrión del periodismo moderno. En 1833, Benjamín H. Day fundó “The New York Sun”, y por las mismas fechas apareció “The New York Herald”. En 1841, Horace Greely creó “The New York Tribune”, y en 1851 Raymond publicó “The New York Times”. Estos diarios fueron los primeros ejemplos del experimentalismo industrial y genérico del periodismo estadounidense y mundial. De ellos partiría la idea de fundar agencias de corresponsales (Associated Press) para saber qué pasaba en el mundo; de vencer la relación espacio-tiempo utilizando los más avanzados medios de comunicación, y de crear nuevos géneros periodísticos, como la entrevista y el reportaje.
La marcha hacia el Oeste fue capital en la vida estadounidense, por cuanto representó la búsqueda de una unidad nacional basada en un mercado nacional unitario. El periodismo que se extendió entre 1840 y 1880 desde Nueva York hasta San Francisco fue consecuencia de esta realización nacional. Pero la Guerra de Secesión arruinó a la mayoría de estos periódicos. Y las publicaciones supervivientes crearon una prensa de masas al hilo de la expansión que siguió a la guerra. Entonces apareció Joseph Pulitzer, que renovó el periodismo.
Hubo un tiempo en que se decía que la prensa tenía como principal objetivo la formación de sus lectores. Formar, a finales del siglo XIX, quería decir, por lo general, adoctrinar. Así, los conservadores tenían su diario, que podía tener como cabecera “El conservador”. Y los socialistas, evidentemente, leían “El socialista”. Pero el adoctrinamiento entró en crisis cuando Pulitzer se inventó la prensa amarilla. Y como no hay mal que por bien no venga, los diarios sensacionalistas, con su éxito, obligaron a cambiar a la prensa de opinión, y así empezó una era en la que se impuso la idea de que la prensa debía informar, lo que no es poco, sin perder el mundo de vista. Éste fue el principio fundacional de “La Vanguardia”.
Pulitzer, que había ejercido como redactor de sucesos, aprovechó el conocimiento adquirido del “human interest” (el interés humano) desde la dirección de “The New York World” para crear la prensa sensacionalista, cuya aparición sería decisiva para el conjunto de la prensa norteamericana y europea. Los grandes diarios norteamericanos, como “The New York Herald Tribune” y el “New York Times”, hasta entonces concebidos como prensa de opinión, perdieron terreno ante el avance de la prensa sensacionalista, más barata y más asequible, y su respuesta fue la conversión de la prensa de opinión en prensa de influencia (no de adoctrinamiento), con una clara distinción entre opinión e información, y un decidido interés por el mundo exterior, entonces prácticamente por descubrir. El resultado fue el establecimiento de las bases para una prensa de calidad, históricamente representada por “The New York Herald Tribune” y “The New York Tribune”, que inauguró una etapa de fuerte influencia del periodismo estadounidense en la escena internacional.
Los corresponsales en el extranjero comenzaron entonces a convertirse en piezas importantes de un diario. No eran una simple cuestión de prestigio: eran un instrumento que permitía diferenciar a un diario de sus competidores, establecer sus prioridades informativas y tener sus propias fuentes de información. Las circunstancias del corresponsal en el extranjero a principios del siglo XXI, con las televisiones transnacionales, internet y los diarios digitales, han cambiado radicalmente con respecto al siglo pasado, pero siguen siendo imprescindibles para que un diario de calidad pueda explicar qué pasa en el mundo. “La Vanguardia” lleva 125 años perteneciendo a este club.
Los ingleses utilizan diversos métodos convencionales para clasificar su prensa: local o nacional, conservadora o no conservadora, y, por supuesto, prensa de calidad o prensa popular. La clasificación en función del formato ya es historia. La prensa de calidad, que tradicionalmente ha utilizado el formato sábana (grande) ha terminado abrazando el formato tabloide, hasta ahora propio de la prensa sensacionalista. Pero la manera más inglesa de poner las cosas en su sitio es dividir los diarios en prensa de “cejas altas” y prensa de “cejas bajas”. Esta diferenciación quiere indicar qué prensa debe leerse con respeto y gravedad y qué prensa no merece leerse así. Dicho directamente: quiere expresar la diferencia entre la prensa de calidad y la prensa sensacionalista. Pero, evidentemente, esta clasificación dice mucho más.
“The Times” ha sido la hemeroteca de los dos últimos siglos británicos: desde el mayor de los imperios hasta la independencia de la India, desde las guerras napoleónicas hasta la Segunda Guerra Mundial, desde la moral victoriana hasta la tercera vía de Tony Blair. Y si ha sido testigo de casi todo en los dos últimos siglos, su influencia también ha sido decisiva entre los grandes diarios internacionales desde que John Walter II, hijo del fundador, creara un estilo periodístico que reservaba la intención a la selección de noticias y no al contenido apologético. El diario creó así un lenguaje aséptico, bajo titulares austeros, que posteriormente fue imitado. “La Vanguardia” es otra hemeroteca de los últimos 125 años.
La historia de los países desarrollados y de su prensa de calidad son paralelas. Por ejemplo, cuando el Reino Unido era la fábrica de Europa, el “Times” de los Walton y de los Astor, la dinastía posterior, fue líder también en tecnología de prensa. Y cuando los británicos dominaban medio mundo, “The Times” tenía una cifra récord de corresponsales en el extranjero. El mundo, a principios del siglo XXI, ha cambiado, incluida la prensa. Pero la pregunta de David Livingstone seguirá siendo, en el siglo XXI, la que moverá el mundo de la prensa.
Xavier Batalla