Discurso ESADE, Octubre 2005
El nuevo orden internacional surgido del final de la guerra fría, y confirmado por las consecuencias del 11 de septiembre, está dominado por Estados Unidos. Si este orden internacional, caracterizado por la unipolaridad, será más seguro y duradero que la bipolaridad de la guerra fría, aún está por ver. Pero, evidentemente, también está por materializarse el orden multipolar que proponen otras potencias.
Históricamente, todo poder ha sufrido la tentación de practicar el unilateralismo en detrimento de lo que considera un paralizante procedimiento multilateral de toma de decisiones. Estados Unidos, en este sentido, no es una excepción. Otras potencias han hecho exactamente lo mismo en el pasado, pero esto no impide que el unilateralismo también pueda ser contemplado como una expresión arrogante de poder.
Todo orden internacional refleja, como advierte Robert Gilpin (1), la distribución del poder entre los estados que conforman el sistema global. Por eso cabe preguntarse, después de la guerra de Iraq, si Estados Unidos es realmente la hiperpotencia, más poderosa que cualquier posible combinación del resto de competidores, o si simplemente es el primero entre iguales en una escena donde no sólo importa el poder militar, sino también el económico, el político y el cultural, es decir, el poder blando. El sistema actual, en el que Estados Unidos es hegemónico, no permite descartar que el orden sea unipolar ni que tenga muchas características propias de la multipolaridad.
La clave para resolver la ecuación posiblemente está en la definición de lo que entendamos por poder. Joseph S. Nye (2), por ejemplo, considera que las actuales relaciones internacionales deben ser examinadas en tres dimensiones. Para Nye, el poder se disputa ahora en una especie de juego de ajedrez que se desarrolla en tres niveles: el militar, el económico y el nivel en el que los agentes no estatales, desde los bancos o las ONG hasta el terrorismo o al narcotráfico, mueven sus piezas. En la primera dimensión, la ventaja de Estados Unidos es apabullante, es decir, el poder militar es unipolar. En la segunda, Estados Unidos tiene poderosos competidores en Europa, Japón y próximamente en China, que ya es prácticamente la cuarta economía del mundo; es decir, el poder es aquí multipolar. Y en la tercera dimensión, como demuestran el terrorismo y el narcotráfico, el poder es disperso.
Rand Corporation, think tank fundado después de la Segunda Guerra Mundial para asesorar al Pentágono, ha abundado en la idea de Nye. Dos analistas de Rand han realizado un análisis del poder de los estados, “Measuring National Power” (3), y han llegado a la conclusión de que el factor más importante de poder en el año 2020 seguirá siendo el militar, aunque han subrayado que la base de este poder será, como ahora, el poder económico. ¿Qué país o países controlarán la escena dentro de quince años? Los más poderosos económicamente. La economía china, si sigue creciendo al ritmo actual, será más grande que la estadounidense en el año 2026, y la de India superará a la de cualquier país europeo (4).
I. TRES MODELOS DE ORDEN INTERNACIONAL
Samuel P. Huntington (5) considera que el presente orden internacional no encaja en ninguno de los tres modelos considerados convencionales. Para Huntington, un sistema unipolar es aquel en el que sólo existe una superpotencia, ninguna potencia significativa y algunas potencias menores; un sistema bipolar está caracterizado por la existencia de dos superpotencias, cada una de las cuales domina una amplia coalición de estados; y un sistema multipolar es aquel que está integrado por diferentes potencias de fuerza comparable y capaces de competir unas con otras. De estos tres posibles escenarios, Huntington concluye que el orden internacional presente es un extraño híbrido que denomina “sistema internacional uni-multipolar”, con una sola superpotencia y diversas potencias mayores. En síntesis, tanto Nye como Huntington tienen serias reservas para definir el orden internacional de principios del siglo XXI como genuinamente unipolar, ya que la única superpotencia puede oponerse con éxito a una combinación de potencias, pero, al mismo tiempo, necesita la cooperación de otros estados. El caso de la guerra de Iraq ha sido paradigmático para Estados Unidos.
William C. Wohlforth (6) y Charles Krauthammer (7), neoconservadores, ven el mundo de otra manera. Mantienen que Estados Unidos disfruta ahora de más influencia que ninguna otra potencia en la historia. En su opinión, la superioridad estadounidense sobre sus eventuales competidores es decisiva militar, tecnológica y geopolíticamente. Y por eso consideran que el presente orden internacional es unipolar, como lo fue la Pax Británica en el siglo XIX. George W. Bush, sin embargo, parece haberles rectificado en los inicios de su segundo mandato, en el que el unilateralismo de la agenda neoconservadora parece haber pasado a un segundo plan en beneficio de un tímido multilateralismo.
Sea como fuere, el debate no sólo debe centrarse en la definición del orden actual, sino que tiene que extenderse sobre las posibilidades de su continuidad o de su sustitución por otro más seguro. La paz depende de la estabilidad del sistema internacional, y ésta está en función del grado de aceptación que tenga entre sus diferentes actores.
II. LAS VISIONES REALISTA E IDEALISTA
Para interpretar y al mismo tiempo modificar el mundo, los que hacen la política (policy-makers) y quienes pueden hacer la opinión han barajado históricamente diversos paradigmas o, si se quiere, diferentes visiones de cómo funciona y cómo debe funcionar el mundo. De estas visiones, dos, la realista y la liberal internacionalista, antes idealismo, han dominado el escenario de las ideas por lo menos hasta nuestros días. Pues bien, el paradigma liberal mantiene que la estructura del sistema internacional actual se mantendrá siempre y cuando los organismos internacionales sean capaces de ser un foro donde la potencia dominante y las potencias de segundo orden cooperen.
Entre los realistas hay posiciones encontradas sobre la viabilidad del presente sistema unipolar. Hay realistas que sugieren que mientras Estados Unidos se comporte como un poder benigno, el sistema unipolar continuará, ya que sus eventuales competidores no lo considerarán una amenaza. Pero no faltan analistas para los que el poder blando estadounidense alcanzó su máxima influencia en el mundo inmediatamente después de la desaparición de la Unión Soviética, mientras que ahora, después de la guerra de Iraq, ha disminuido.
Otros realistas, por el contrario, consideran que todo sistema internacional inevitablemente está condenado a deslizarse hacia el equilibrio, por lo que se muestran convencidos de que un orden unipolar es el más inestable e inseguro de todos los posibles. Ésta es, por ejemplo, la posición de Kenneth N. Waltz (8) y Christopher Layne (9), que se arriesgan a anticipar una rápida transición desde la unipolaridad hacia la multipolaridad, posibilidad que Niall Fergusson, autor de “Coloso”, considera exactamente el peor y más inseguro de los escenarios posibles como alternativa a la unipolaridad (10).
Estos paradigmas, sin embargo, no son los únicos aplicados ahora para interpretar y al mismo tiempo modificar el mundo en el siglo XXI. Desde el final de la guerra fría, en Estados Unidos se han multiplicado los esfuerzos por dar con una nueva teoría del mundo. De estos intentos no ha surgido un George F. Kennan, que con su política de la contención sentó las bases de una visión que dominó la segunda mitad del siglo XX. Antes al contrario, la ausencia de unanimidad ha provocado un debate interminable. Huntington, por ejemplo, ha pronosticado que el mundo se moverá en función del choque de civilizaciones, Robert Kaplan ha advertido sobre la anarquía que viene y Michael T. Klare nos ha remitido a la escasez de materias primas como la principal fuente de conflictos.
III. EL PARADIGMA DE LA GLOBALIZACIÓN
El paradigma que ha ganado posiciones es la globalización, uno de cuyos principales apóstoles es Thomas Friedman, columnista de The New York Times y autor de “La tierra es plana”, que es una manera de subrayar los aspectos beneficiosos de la globalización. La globalización ha sido cuidadosamente definida por Joseph Stiglitz como “la estrecha integración de los países y pueblos del mundo provocada por la enorme reducción de los costes del transporte y las comunicaciones y por la ruptura de las barreras artificiales frente al flujo de bienes, servicios, capital, conocimiento y personas a través de las fronteras” (11). Y desde punto de partida, Thomas Barnett, analista militar y asesor del secretario de Defensa Donald Rumsfeld, ha dibujado un nuevo mapa del mundo.
Barnett explica en “The Pentagon’s New Map” (12) que la guerra de Iraq no se hizo por el petróleo ni por las armas de destrucción masiva que se le atribuían al régimen de Saddam Hussein. “Nuestra guerra en el Golfo marcará un punto de inflexión histórico: el momento en que Washington decidirá de forma decisiva su estrategia de seguridad en la era de la globalización”, ha escrito Barnett.
Barnett explica su paradigma de la siguiente manera: “La desconexión define la amenaza”. Y el ejemplo más próximo para ilustrar su paradigma es el Iraq de Saddam Hussein, un régimen que, dice Barnett, estaba fuera de la ley por su desconexión del mundo globalizado. El analista define el mundo en función de las regiones donde la globalización ha echado raíces y de las que no ha sido así. En las zonas donde la globalización funciona, a través de las transacciones financieras, flujo de información y seguridad colectiva, existen gobiernos estables, altos niveles de vida y más muertes por suicidio que por asesinato. Estas zonas las denomina Barnett el núcleo de la globalización. Y las zonas donde proliferan los regímenes represivos, la pobreza, los asesinatos masivos y los conflictos crónicos que alimentan un nueva generación de terroristas, Barnett los considera el agujero.
La línea divisoria entre el núcleo y el agujero está cambiando continuamente, pero Barnett ha dibujado el mapa del mundo de la globalización, entendida ésta como una forma de americanización. El mundo que funciona sería el siguiente: América del Norte, la mayor parte de Sudamérica, la Unión Europea, Rusia, Japón, las economías emergentes de Asia (incluidas China e India), Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. Es decir, una región con unos 4.000 millones de los 6.000 millones de habitantes del planeta. El mundo que no funciona estaría integrado por África, la zona del Caribe, los Balcanes, el Cáucaso, Asia central, Oriente Medio, el Sudoeste de Asia y buena parte del Sudeste de Asia. En total, una zona habitada por unos 2.000 millones de personas. Y oscilando entre estos dos mundos, Barnett dibuja una juntura de estados puente que habría que defender: México, Brasil, Sudáfrica, Marruecos, Argelia, Grecia, Turquía, Pakistán, Tailandia, Malasia, Filipinas e Indonesia.
El paradigma de Barnett explica así el mundo, y su propuesta para modificarlo se basa en el convencimiento de que la seguridad se garantiza con la democratización. El ejemplo más claro es la propuesta de la Administración Bush para transformar Oriente Medio, una de las áreas del agujero, económica y políticamente. Pero el paradigma de Barnett, en definitiva, más que explicar el mundo lo que trata de decir es cómo cambiarlo. Y el remedio que ofrece es que Estados Unidos actúe como el policía del mundo. El escenario, para Barnett, es, pues, unipolar.
IV. CONCLUSIÓN
La mayoría de los paradigmas, con la excepción del realista que apuesta por el equilibrio de poder, coincide en pronosticar una prolongación del presente orden unipolar, aunque con condiciones. Y la primera de las condiciones es la necesidad que tiene la única superpotencia de subrayar su carácter benigno y de ejercer su poder blando en lugar de basarse en su absoluta superioridad como poder duro. Dicho de otro modo: si los aliados de Estados Unidos continúan considerando que se les margina, el liderazgo estadounidense cada vez será menos deseable. Como dice Charles A. Kupchan (13), una resistencia combinada de Europa y China, unido al declive del internacionalismo liberal, puede amenazar el orden unipolar.
La actual unipolaridad depende, al menos en parte, de la percepción que el mundo tenga de Estados Unidos, si lo considera un poder benigno, como sucedió en buena parte de la guerra fría en el mundo occidental, o si lo contempla como un poder arrogante. Para Washington, el unilateralismo no pretende demostrar su fuerza, sino propagar sus valores, que considera universales. Pero, para el resto de países, empezando por muchos aliados, el unilateralismo es un medio de defender los intereses nacionales desde la estrechez de miras, como parece demostrar la oposición de Washington a un rosario de iniciativas internacionalistas, desde las que hacen referencia a la seguridad hasta la justicia y el medio ambiente. Estrictamente, la expresión romana el primero entre iguales es un contrasentido: si eres el primero, no eres igual. Sin embargo, expresa una actitud, la aspiración de tratar a los otros miembros de la escena como iguales.
El orden unipolar duradero dependerá así de la institucionalización del proceso a cambio de la participación voluntaria de los otros. La seguridad dependerá de que la unipolaridad se vea reforzada con la cooperación de otros actores, entre ellos la Unión Europea, que le den un sentido multipolar. Por el contrario, el unilateralismo sin el complemento multilateralista, que significa más legitimidad, es una invitación a posibles contrapesos estratégicos, como China, a rivalizar con Estados Unidos.
Como afirma Timothy Garton Ash (14), la Administración Bush nos ha recordado la verdad que Tucídides explica en la “Historia de la guerra del Peloponeso”. Esto es lo que Tucídides puso en boca de los atenienses, fuertes, cuando éstos se dirigieron a los melios, mucho más débiles: “En las cuestiones humanas las razones de derecho intervienen cuando se parte de una igualdad de fuerzas, mientras que, en caso contrario, los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan” (15). Y los melios les respondieron a los atenienses: “Lo útil exige que nosotros no acabemos con lo que es un bien común, sino que aquel que en cualquier ocasión se encuentre en peligro pueda contar con la asistencia de unos razonables derechos”. Es decir, en su respuesta a los atenienses, los melios subrayaron que podría llegar un día en que Atenas cayera y que entonces deseara que hubiera un sistema de justicia internacional que les protegiera. Pero los atenienses rechazaron esta posibilidad, convencidos, tal vez como la Administración Bush, de que otro orden era algo remoto. El problema con el poder estadounidense no es que sea estadounidense, sino que es poder.
Xavier Batalla
Barcelona, octubre 2005
(1) R. Gilpin, War and Change in World Politics, Cambridge University Press, Cambridge, 1981.
(2) J. Nye, US Power and Strategy after Iraq, Foreign Affairs, 2003.
(3) G. Treverton y S. Jones, Measuring National Power”, Rand Corporation, 2005.
(4) M. Leonard, The Geopolitics of 2026, The Economist, 2005.
(5) S. Huntington, The Lonely Superpower, Foreign Affairs, 1999.
(6) W. Wohlforth, The Stability of a Unipolar World, International Security, 1999.
(7) CH. Krauthammer, The Unipolar Movement”, Foreign Affairs, 1990-1991.
(8) K. Waltz, Evaluating Theories, American Political Science Review, 1997.
(9) C. Layne, Rethinking American Grand Strategy: Hegemony or Balance of Power in the Twenty-First Century?, World Policy Journal, 1998.
(10) N. Fergusson, Coloso, Debate, 2005.
(11) J. Stiglitz, El malestar en la globalización, Taurus, 2004.
(12) T. Barnett, The Pentagon’s New Map. Penguin Group, 2005.
(13) CH. Kupchan, After Pax Americana: Benign Power, Regional Integration, and Sources of Stable Multipolarity, International Security, 1998.
(14) T. Garton Ash, Mundo Libre. Europa y Estados Unidos ante la crisis de
Occidente, Tusquets editores, 2005.
(15) Tucídides, “Historia de la guerra del Peloponeso”, Gredos, 1992.