El club de los reyes
SÁBADO, 4 JUNIO 2011
LA VANGUARDIA
Arabia Saudí pretende parar los vientos de cambio que soplan desde Marruecos hasta Omán, pasando por Jordania. La familia real saudí, alarmada por las revueltas populares que arrancaron en Túnez, está decidida a evitar el cambio o, si este resulta inevitable, a hacerlo digerible. El rey Abdulah de Arabia Saudí emplea la diplomacia, los petrodólares o la maquinaria militar según sea el escenario que amenaza con derribar el tradicional orden autoritario suní. El palo ya lo ha utilizado en Bahréin para sofocar< la protesta de la comunidad chií (60%), que se considera discriminada en un reino dominado por la minoría suní. Los petrodólares saudíes están siendo esparcidos por el mundo árabe, desde Egipto hasta Omán, en la puerta del Pérsico. Y la diplomacia saudí se mueve para que amaine la tormenta en Marruecos y Jordania, a cuyos reyes ha invitado a entrar en el club de los monarcas del Golfo. No es esta la primera vez que Arabia Saudí teme la revolución. En la década de 1950, el acceso al poder del egipcio Gamal Abdel Naser fue un revés para los Hermanos Musulmanes, que no comulgaban con su nacionalismo laico, pero también para Arabia Saudí, que lo responsabilizó del posterior derrocamiento del rey Faisal II de Iraq (1958) y del rey Idris de Libia (1969). Y no sólo eso: la proclamación de la República Árabe del Yemen dio pie a una guerra civil (1962-67) que enfrentó a republicanos, apoyados por Egipto, y monárquicos, respaldados por Arabia Saudí, aunque, para alivio de Riad, la derrota de Naser en la guerra de 1967 contra Israel significó la ruina del panarabismo. Ahora, el rey Abdulah teme otro contagio. El mapa árabe, con sus divisiones sectarias y religiosas, se ha convertido en un tablero de ajedrez para la diplomacia saudí. Abdulah ha dado refugio al ex presidente tunecino Zin el Abidin Ben Ali, derrocado el pasado enero, y lamenta el derrocamiento del egipcio Hosni Mubarak, al que tenía por un buen aliado. Pero el rey saudí no da todo por perdido. Hace tan sólo una semana concedió una ayuda de 4.000 millones de dólares, según The New York Times, al consejo militar que tutela la transición egipcia. Y no fue un gesto desinteresado. Los saudíes temen que los Hermanos Musulmanes sean la primera fuerza política de Egipto, lo que les convertiría en una alternativa a su modelo islamista, basado en el wahabismo, movimiento rigorista que dirige ideológicamente >Arabia Saudí, fue fundamental en la creación de Pakistán y tiene una de sus variantes en la doctrina talibán. En Yemen, los saudíes juegan con dos barajas: no le niegan la gasolina a Ali Abdulah Saleh, presidente por los pelos después del atentado de ayer, pero no parecen temer el triunfo de la oposición, sobre la que tendrían influencia. En Libia hacen ver que no es asunto suyo: opusieron a que la Liga Árabe aprobara la intervención internacional contra Gadafi, a quien le tienen manía, pero parecen mantenerse al margen de la guerra. Y los saudíes detestan al presidente sirio, Bashar el Asad, por su alianza con Irán, pero barruntan que su derrocamiento crearía más problemas.
La suerte de los reyes de Marruecos y Jordania es también motivo de preocupación.A los dos se les ha invitado a integrarse en el Consejo de Cooperación del Golfo, club creado en 1981 por Arabia Saudí, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Omán yQatar con dos objetivos: proteger el absolutismo y defenderse del chiismo iraní (en Arabia Saudí viven dos millones de chiíes -15%-, que son mayoritarios en Qatif y Al Hasa, fuentes del 90% del petróleo saudí). Y este temor a Irán, compartido por Estados Unidos, explica la intervención saudí en Bahréin, que sólo ha provocado una tibia crítica de Washington.
El empujón que Obama dio a Mubarak fue tan preocupante para Riad que un analista saudí, Nawaf Obaid, ha escrito en The Washington Post que los saudíes >ven en el presidente “un socio no fiable”. ¿Llegará la sangre al río? No parece probable. El mundo ha cambiado desde que Franklin Roosevelt y el rey Saud sellaran el pacto que aún garantiza la seguridad del reino a cambio de petróleo. Pero los intereses son los mismos. Y los tiempos fueron peores cuando, después del 11 de septiembre, Ralph Peters, un oficial estadounidense retirado, escribió en The Wall Street Journal: “Lejos de ser indispensables para la seguridad occidental, los saudíes representan una amenaza mayor que cualquier otro Estado, incluida China”. El rey Abdulah propone una santa alianza autocrática. Y Obama proclama todo lo contrario. Pero a Bahréin no se le han aplicado las recetas que hundieron a Mubarak o bombardean a Gadafi.