Hace once años, poco antes de la muerte del presidente Hafez el Asad, los sirios se distraían con una chanza en la que Dios enviaba al ángel de la muerte para que el autócrata respondiera de sus actos. Pero el ángel regresó al paraíso apaleado por la policía secreta siria. “Oh, no –exclamó Dios aterrorizado–. ¿No le habrás dicho quién te envió?”.