XAVIER BATALLA
Gaziantep a ,las puertas del Kudistán turco, ha sido esta sernan escenario de otra sesión, la novena, de la Conferencia de Periodistas Unión Europea-Turquía; esto es,una conferencia, con periodistas interpuestos, sobre unas relaciones que están estancadas. El encuentro contó con la presencia, a título de observadores, de diversos embajadores europeos en Ankara, entre ellos el embajador de España, Jesús Atienza. Observaron,tomaron nota y aguantaron el chaparrón, expresando a veces su disconformidad con lo que oían con un ligero movimiento de cabeza, una mueca o una sonrisa irónica.
Básicamente, el encuentro de Gaziantep,celebrado en una iglesia católica devenida en edificio histórico, no se salió del guión tradicional. Los representantes turcos —oficiales y periodistas— actuaron como el abogado corporativo que, una y otra vez, se remonta a la petición de ingreso en la Unión Europea (UE) para, a continuación, aventar los agravios comparativos con otras naciones que sí han sido ya aceptadas como candidatas oficiales a entrar en el club. Por su parte, los europeos solemos hablar como el profesor de ciencias políticas que dicta una lección y repite que para ingresar hay que cumplir una serie de requisitos que Turquía aún no reúne: desde el respeto de los derechos humanos, especialmente en la cuestión kurda, a una economía a la que no le cuadran los números.
Es decir, incluidas las referencias a la cuestión religiosa, algo ya conocido. ¿Un diálogo de sordos, pues, como ha venido ocurriendo hasta ahora? No del todo, ya que en Gaziantep —en vísperas de la sentencia en el proceso al líder kurdo Abdullah Ocalan— hubo algo inesperado, al menos desde el punto de vista diplomático.
El último día intervino el embajador turco Uluç Ozülker, un alto funcionario que ha invertido media vida negociando con Bruselas. Ozülker, como subsecretario adjunto para asuntos europeos, es uno de los artífices de la política turca hacia Bruselas. Ozülker repasó la historia, subrayó las aportaciones turcas a la defensa occidental, refrescó los agravios y admitió que, para Turquía, no existe una alternativa a Europa. Pero en su intervención hubo algo más.
Ozülker, al final de su intervención, advirtió: “Ha llegado el momento de decidir si Turquía es un país delincuente o es miembro de la familia europea. Y esto depende de la UE”. El cuerpo diplomático europeo se quedó frío por la metedura de pata. El ingreso turco tiene en contra la falta de respeto a los derechos humanos, el ser una gran potencia demográfica, sus números económicos y, para no pocos, el no sen un país cristiano. Pero Ozülker apuntó algo más.
Los países de la UE, al renunciar a parte de su soberanía nacional, son estados que pueden considerarse posmodernos. Y Turquía, una nación joven, aún tiene que resolver, entre otros, el dilema de seguir comportándose como un Estado premoderno, basado en el ultranacionalismo y la negación de las minorías, o prepararse para ingresar enel club que ya ha superado esta etapa.