XAVIER BATALLA
DOMINGO, 7 MARZO 1993
Desde la desaparición de Leonid Breznev, el último secretario general de cuerpo entero, Rusia ha sido un laboratorio inagotable. Los últimos soviéticos lo intentaron todo para dar con el líder que les sacara del atolladero histórico. Y los elegidos salieron de todos los colores. Primero, para sustituir al dirigente que enterró en vida al reformismo de Kruschev, se echó mano de un profesional de la inteligencia policial y política, Andropov, que creyó haber tenido un soplo histórico a tiempo. Pero Andropov, que contó con todos los poderes, tenía las horas contadas. Entonces se rescató de la historia a un veterano sobre el que los sovietólogos occidentales nunca se pusieron de acuerdo sobre su sexo: Chernenko o Chernenka. Pero al sucesor del sucesor, ya con el poder mermado, se quedó sin fuerzas.
Aprendida la lección, y con todo tambaleándose, se optó por todo lo contrario: la juventud. Y llegó Mijail Gorbachev, antes llamado a mejorar la raza de los secretarios generales que a enterrarla. Gorbachev lo intentó todo o casi todo: guardián de la ortodoxia por dentro, reformista por fuera; mitad secretario, mitad demócrata; organizador de elecciones, pero con vocación de presidente no electo. Al final, con mucho poder teórico y poca práctica, fue condenado a ser el último de la raza de los secretarios generales. Y, para mayor ironía, la historia le deparó el papel de Kerensky al revés.
Y, agotada la capacidad del sistema, con los soviéticos estancados en un callejón sin salida, le tocó el turno a otro tipo de líder, Boris Eltsin, el ex comunista que pasaría a la historia por haber ilegalizado al Partido Comunista. Eltsin se subió a lomos de un tanque con el entusiasmo del converso y, de la noche a la mañana, heredó casi todos los poderes que no pudo o no supo utilizar Gorbachev.
Eltsin era distinto: reformista por dentro, ortodoxo por fuera; autoritario en el tono, demócrata con éxito en las urnas; nacionalista de corazón; occidentalista de vocación. Esto es, la fórmula aparentemente definitiva para suceder a Gorbachev, del que recibió los poderes que aún quedaban en la URSS.
Eltsin, sin embargo, tampoco ha sabido o no ha podido mejorar a su antecesor, que se hundió en mar de dudas bajo el fuego cruzado de reformistas radicales y conservadores del antiguo régimen. Si uno vio que se le disolvía la URSS como un azucarillo, el otro tiene motivos para temer por Rusia. Y lo peor es que, con Eltsin, mientras la economía sigue por barrer, el nuevo sistema no se ha caracterizado por la separación de poderes, sino por el divorcio de poderes.
Eltsin se debate ahora entre el papel de reina madre que le quieren adjudicar sus adversarios y el de “hombre fuerte” que se autopromete. Y llegados a esta crisis, después de que Gorbachev no utilizara su poder y que Eltsin lo dividiera, tal vez el laboratorio, cansado de experimentos, vaya a lo seguro, si la división civil no pasa a mayores: o un Boris Fujimori con autogolpe o un Pinochet con mano política de hierro y guante económico de seda.
Artículo completo: LVG19930307-¿Fujimori ruso?