XAVIER BATALLA
LA VANGUARDIA, DOMINGO, 22 MARZO 1998
Rusia está empeñada en ser diferente. Los antiguos países miembros del Pacto de Varsovia son irreconocibles nueve años después de la caída del muro de Berlín. Los problemas no han desaparecido como por ensalmo, pero la ley de la economía de mercado ha hecho fortuna y los sistemas políticos, con algún que otro deje nacionalista, prácticamente se han homologado con los de sus vecinos occidentales. En Rusia, los que han hecho fortuna son los beneficiarios de una economía de mercado que no tiene leyes.
Boris Eltsin, que se pasa más tiempo en la cama que en el escritorio, acaba de regresar a su despacho después de otra convalecencia. También en esto es diferente Rusia. Hay países, afortunados o no, que parecen ir bien cuando tienen un piloto automático en lugar de un presidente. Y existen países en los que la oposición trata de parar la maquinaria estatal para poner en aprietos al presidente, digamos, norteamericano. Pero Rusia es distinta, tanto si el presidente está entre algodones como si demuestra tener una mala salud de hierro.
¿Es que Eltsin, entonces, no es quién manda en Rusia? Boris Nemtsov, el viceprimer ministro que encabeza las reformas liberales junto a otro compañero degabinete, Anatoli Chubais, ha explicado cómo, a su entender, funciona el sistema:“Rusia ha entrado en la etapa del capitalismo oligárquico y administrativo dominado por un puñado de magnates”. Y, consecuentemente, se ha declarado dispuesto a librar la batalla contra lo que denomina el “capitalismo oligárquico”. En un artículo titulado “El futuro de Rusia: ¿oligarquía o democracia?”, Nemtsov ha escrito: “Todos sabemos que no es posible el regreso al socialismo. Nos dirigimos hacia la economía de mercado. Pero la cuestión es ¿qué tipo de mercado? Estados Unidos, Suecia, Pakistán e Indonesia tienen economías de mercado, pero sus estructuras socioeconómicas son muy distintas. ¿Cuál será el camino que tomará Rusia: un capitalismo democrático o un capitalismo oligárquico?”
¿Está planteada, pues, la guerra entre reformistas y magnates? Puede que sea así. Pero antes hay que entender de dónde vienen cada uno de ellos. Hace poco menos de un año, unos y otros compartían mesa o, al menos, estaban en el mismo bando. Fue precisamente la privatización del sector público organizada en 1995-96 por Chubais la que fabricó la primera generación de magnates de la economía de mercado. Los precios fueron de saldo y entonces se establecieron los primeros lazos entre el Kremlin y el sector de los negocios.
Como suele ocurrir en las revoluciones, los reformistas fueron devorados por los acontecimientos poco después. Pero los magnates, cosa siempre de agradecer, no fueron unos desagradecidos y les devolvieron el favor. A Chubais, por ejemplo, lo rescataron del olvido y le hicieron jefe de la campaña de Eltsin para las elecciones presidenciales de 1996, que se financió —para pararle los pies al candidato comunista— con el dinero de los nuevos magnates.
Ahora, sin embargo, la luna de miel entre arquitectos del capitalismo ruso y empresarios ha terminado. A Nemtsov, que pretende hablar directamente a los 147 millones de rusos y que aboga por los pequeños empresarios, le han aireado unas supuestas aventuras sexuales. Y a Chubais, que denuncia a los magnates por dictar al Gobierno su política, se le acusa, nada originalmente, de “bolchevique”.
Con Eltsin en la cama o no, el resultado político de siete años de reforma está claro: los partidos políticos son débiles, los sindicatos están desorganizados y los medios de comunicación están controlados por los grupos financieros ahora criticados por los reformistas. ¿Una síntesis, en definitiva, de mafia y picaresca? Alguien en Occidente debería estar preocupado por la posibilidad de que quienes desacreditaron al socialismo parezcan ahora dispuestos a desacreditar al capitalismo.