XAVIER BATALLA
SÁBADO, 30 AGOSTO 2008
LA NUEVA AGENDA
Yeltsin, Rusia se veía a sí misma como Plutón en el sistema solar occidental. Es decir, lejos del centro pero dentro. Ahora, con Vladimir Putin, Rusia dice que está decidida a crear su propio sistema. La guerra relámpago de Georgia, en la que la insensatez del aliado de Washington le sirvió a Moscú la crisis en bandeja (Putin acusa a Bush), ha demostrado que Rusia no quiere ser Plutón.
Occidente no es inocente. Después de la caída del muro de Berlín, en 1989, los occidentales crearon estructuras de asociación con los antiguos países comunistas, pero Rusia fue un caso aparte. Es demasiado grande, como su mentalidad de superpotencia, y le sobran armas nucleares. Un antiguo embajador español en Moscú comentaba este verano que una de las razones por las que Rusia nunca entrará en la Unión Europea es porque no sabe perder, a diferencia de Alemania, en unas negociaciones.
El 11 de septiembre del 2001, ya sin Yeltsin, fue interpretado en Moscú como una oportunidad histórica para recuperar el terreno perdido desde la desaparición de la Unión Soviética. Putin se declaró dispuesto a aceptar el liderazgo global estadounidense si se le reconocía su influencia en el antiguo espacio soviético. Pero la oferta fue rechazada por Washington. Moscú volvió a intentarlo con motivo de la guerra de Iraq, a la que se opuso junto con París y Berlín.
Pero tampoco tuvo éxito, pese a las divergencias estratégicas entre Estados Unidos y Europa. Antes al contrario, la OTAN, rompiendo las promesas hechas por Clinton y Bush, se amplió hacia las fronteras rusas, al tiempo que revoluciones de todos los colores cambiaron los regímenes de Ucrania, Georgia y Kirguistán, un área que Moscú considera su esfera de influencia. El resultado ha sido el que George Kennan, el formidable diplomático que inspiró la política de la contención contra la Unión Soviética, pronosticó en 1997. Kennan escribió en The New York Times que la ampliación de la OTAN “será el error más fatal de la posguerra fría, ya que alimentará las fuerzas rusas antioccidentales”.
China y Rusia van a menudo de la mano. Han frustrado más de una iniciativa occidental, desde la antigua Birmania hasta Darfur, pasando por el Irán que se quiere nuclear. ¿Resultado? Hace un año, John McCain, candidato republicano a la Casa Blanca, propuso crear una liga de democracias en la que no tendrían cabida ni China ni Rusia, las dos grandes autocracias que, con su capitalismo antiliberal, son los desafíos ideológicos que tiene el sistema occidental.
La Rusia de Putin se considera humillada desde su derrota en la guerra fría y no está a gusto con las reglas del juego occidentales. Esto es lo que explica tanto su revisión de la historia más reciente como su brutal intervención en Georgia. Hace un año, la Academia Rusa de Educación editó un nuevo libro de texto en el que Yeltsin, tachado de “débil” y “prooccidental”, sale peor parado que Stalin, al que se considera “el líder ruso de más éxito en el siglo XX”. ¿Regresamos, pues, a la URSS? No parece posible, pero lo que ocurre en Rusia con Stalin, que era georgiano, es chocante. El Stalin imperial y de la bomba atómica es un campeón ruso; el Stalin de los gulags es un nacionalista georgiano. Y si Stalin puso a prueba a los occidentales en 1948, con la crisis de Berlín, Putin lo hace ahora con Osetia del Sur y Abjasia.
La intervención rusa en Georgia ilustra cómo se utilizan dos varas de medir. Moscú dice que es partidario de un sistema internacional multilateral, pero actúa unilateralmente y por las bravas. Y los rusos, históricamente acérrimos defensores de las fronteras surgidas de la Segunda Guerra Mundial, echan ahora mano del caso de Kosovo para aplicarlo a Osetia del Sur y Abjasia, lo que provoca que los occidentales, que también tienen dos varas, digan que Putin se salta a la torera la legalidad internacional. China, con la cabeza en Tíbet, no se ha unido al coro occidental, pero, prudentemente, tampoco ha aplaudido a Rusia.
¿Qué pretende Putin, quien evidentemente prefiere ignorar el caso de Chechenia? El presidente Medvedev, que no es el mandamás, dice que está preparado para otra guerra fría, pero Rusia no lo está. Moscú no quiere ser Plutón ni que le toquen su patio trasero, y para eso ya ha demostrado que puede ser brutal. Ben Lewis ha escrito una historia del comunismo a través de los chistes (Hammer and tickle, 2008), algunos de los cuales vuelven a circular actualizados. Y una de estas chanzas dice que Stalin se aparece en sueños a Putin y le dice: “Tengo dos consejos para ti: mata a tus rivales y pinta el Kremlin de azul”. Y Putin le contesta: “¿Por qué de azul?”.
Artículo completo: LVG20080830-Rusia no es Pluton (N.A.)