XAVIER BATALLA
SÁBADO, 5 DICIEMBRE 2009
LA NUEVA AGENDA
Uno de los yacimientos de dinero más grandes de la historia fue John D. Rockefeller, fundador de la Standard Oil a fines del siglo XIX, en la prehistoria empresarial. El petróleo había cambiado el mundo poco antes al ser comercializado por Samuel Kier, un boticario de Pensilvania que lo llamó aceite de roca. Desde entonces, el crudo ha creado personajes peculiares que hicieron el negocio del siglo.
Iraq lo aprendió nada más nacer. Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial después de que Francia y sus objetivos económicos y militares en Oriente Medio. Estados Unidos exigía una política de puertas abiertas en Iraq, donde los británicos habían instalado a Faisal I en el trono, y el contencioso fue resuelto con un curioso reparto del petróleo iraquí: Gran Bretaña, Francia, Holanda y EE.UU. tendrían un 23,75% cada uno. Y el negocio, del que quedó al margen Iraq, lo hizo también el magnate Calouste Gulbenkian, que, por su mediación, se llevó el 5% restante. A Gulbenkian se le conoció a partir de entonces por el sobrenombre de Mister 5% (The US & Iraq: a history, 2002).
Marc Reich, belga de origen judío, se cambió el apellido para, una vez en Estados Unidos, llamarse Rich, lo que resultó ser una premonición. Ahora, a los 74 años, Rich, posiblemente el más grande traficante de petróleo de la historia, ha contado su vida a un periodista suizo, Daniel Ammann, que acaba de publicar The king of oil: the secrets lives of Marc Rich. Entre las décadas de 1970 y 1990, cuando vendió su compañía, Rich compró petróleo al Irán de Jomeini y se lo vendió al régimen racista de Sudáfrica y a Israel, países en la lista negra iraní: suministró a la Cuba castrista y al régimen sandinista de Nicaragua, traficó con metales del Congo e hizo negocios con los soviéticos.
Rich mantiene que agentes estadounidenses intentaron secuestrarle en repetidas ocasiones, dado que Suiza, país donde se refugió, no accedía a extraditarlo. Pero el final fue feliz: el último día de su segundo mandato, Bill Clinton, quizá sin que Israel fuera ajeno, le concedió el perdón. ¿Por qué? Porque Rich también disfrutó de información privilegiada. “Agentes estadounidenses y del Mosad tuvieron contactos regulares con el fugitivo traficante de petróleo, especialmente sobre los hombres clave del poder en Irán, Siria y Rusia”, ha escrito Ammann. Rich, pues, se hizo perdonar con una mano y con la otra amasó unos dos mil millones de dólares.
Gulbenkian y Rich ya son, sin embargo, el pasado, y sus negocios, una nimiedad en comparación con los que hacen ahora. El historiador Stephen Kotkin, director de estudios rusos y euroasiáticos de la Universidad de Princeton, considera que la caída del Muro de Berlín fue el negocio del siglo, ya que significó la privatización de lo que más valía del régimen soviético: el sector de la energía. Para Kotkin, la causa decisiva del
hundimiento fue “la implosión del establishment soviético”. Hubo bastante más, pero su interpretación da que pensar.
En Incivil Society (2009), el historiador afirma que el sistema se hundió por culpa de la ingenuidad de algunos dirigentes, como Mijail Gorbachov, que pretendió ser Papa y Lutero a la vez, pero también por la codicia de aquellos que vieron la ocasión de enriquecerse si derrumbaban el edificio para instalarse en Gazprom, el gigante estatal del gas.
Rusia es ya el primer productor y exportador de petróleo, por delante de Arabia Saudí, y también es el primer productor de gas natural, lo que anuncia otro negocio del siglo. Moscú ambiciona construir en Europa dos gasoductos, uno por el norte (Nord Stream) y otro por el sur (South Stream), que transportarán gas a Europa occidental pero sortearán aEuropa central y oriental, hoy en la Unión Europea. Estos gasoductos permitirán a Moscú cortar el gas a sus antiguos satélites (cosa habitual) pero no dañarán a sus clientes occidentales, de cuyo dinero depende. Y este cambio geopolítico, que los vecinos de Rusia ven como un muro de gas, también resulta interesante por el modo en
que Gazprom se ha ganado determinadas voluntades occidentales.
El caso más conocido es el de Gerhard Schröder, que después de abandonar la cancillería alemana pasó a presidir, con un salario de 300.000 euros, la compañía que construye el Nord Stream. Pero el socialdemócrata no ha sido el único. Según el Herald Tribune, Gazprom también ha sido generoso con Paavo Lipponen, ex primer ministro de Finlandia que en su día tuvo de asesor a Sebastian Sass, hoy representante de Nord Stream en Bruselas. Y Gazprom ofreció la presidencia del South Stream a Romano Prodi, entonces primer ministro italiano. Pero, por una vez, el sur resistió mejor que el norte: Prodi dijo no.
Artículo completo: LVG20091205-El negocio del siglo (N.A.)